"Julián López, de otro planeta"

En medio del redondel, Julián López teje y desteje la quintaesencia del más puro arte al que da sustento la técnica más refinada.

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 Por El Oriental

 Desde las lumbreras de la Plaza México –obra de un soñador a quien arruinaron sus sueños: el yucateco don Neguib Simón-, uno mira hasta abajo, mientras se desgranan los aplausos y los olés que sólo en el coso más grande del mundo pueden sonar como ahí suenan. En medio del redondel, Julián López teje y desteje la quintaesencia del más puro arte al que da sustento la técnica más refinada. Una y otra vez, el de Teófilo Gómez se deja llevar embarcado en los pliegues de una muleta que danza en las manos diestras de Julián.

Es el tercero de la tarde, el menos malo del encierro –bien presentado- de Teófilo Gómez. El Juli, plantado en la mitad de la inmensa plaza que don Neguib soñó junto con una ciudad deportiva que le destrozó su economía y lo hizo vender sus empresas con tal de verla realizada apenas a medias, con su vecino estadio a punto de ser abandonado por el triste recuerdo de lo que fue un equipo grande del futbol mexicano: el Cruz Azul.

El diestro madrileño –enfundado en bello traje azul fuerte con cabos negros- se embebe, se desajena, se ensimisma con su muleta de privilegio en otras dimensiones de la liturgia taurina y con las dos manos, enredándose con el bicho, pinta y repinta el cuadro inconmensurable de una faena de época. Derechazos que parecen no acabar nunca, templados, rítmicos, acompasados a la noble sosería del burel que, sin embargo, no le impide desplegar su arte, girando 360 grados con un poderoso manejo de las muñecas. Luego, por la izquierda, gigantescos trazos con la muleta bien planchada y con los belfos del teofilino metidos entre sus pliegues. Julián es torero de otro planeta. Poco importan, al menos para mí, los dos pinchazos que lo privaron de un triunfo de apoteosis. Ahí quedaron, retratados en la pupila, sus trazos de artista.

Fue la inauguración de la temporada grande 2017-2018 de la México. Fue el cumplimiento de un sueño acariciado durante meses: poder estar ahí y en esa hora para atestiguar ese momento en que los aficionados vuelven a ocupar los tendidos y la plaza y sus alrededores se llenan del inigualable ambiente que lleva en peregrinación de todos los rincones del país hasta Insurgentes a miles de enfermos de pasión taurina.

Se me olvidaba, el alternante fue Joselito Adame, empeñoso y con destellos de buena lidia. Sus toros no le dieron para más.

Estar en la Giganta de nuevo fue un placer que debería repetir.

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