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Del domingo pasado hay una imagen que me ha llamado mucho la atención: es el nuevo campeón del mundo N’Golo Kanté, mediocampista francés de origen migrante, posando con la copa. En la foto se puede apreciar la intensa lluvia que cae sobre el campo y la tarima de premiación que se ve desierta. Kanté no está rodeado de fotógrafos y periodistas, como sí lo estuvieron las estrellas del equipo al momento de tomarse sus primeras imágenes como campeones. Él está solo, arrodillado. Con una mano sujeta el trofeo y con la otra hace una ligera señal de orgullo. En su rostro se forma una sonrisa sincera, casi casi como la de un niño.

La historia detrás de la foto también llama la atención. Y es que fue su compañero Steven N’Zonzi quien pidió a los demás jugadores que le prestaran por unos segundos la copa a Kanté, ya que debido a su timidez éste no se atrevía a pedirla ni para tomarse la foto, a pesar de que N’Golo ha sido señalado como uno de los jugadores más destacados de la selección y del torneo.

Su extraordinaria recuperación de balones y la manera en la que corrió por toda la cancha hicieron de Kanté una pieza clave para el combinado francés que logró coronarse, pero la historia de este jugador va más allá de su exitoso presente. Mucho se ha hablado sobre cuando Francia fue por primera vez campeón del mundo, el 12 de julio de 1998; ese día N’Golo se encontraba en las calles de París recogiendo basura junto a su padre. Así su familia conseguía un poco de dinero para sobrevivir en una ciudad que si por algo es juzgada es por la persistente discriminación y las nulas oportunidades que ofrece a la población inmigrante de origen africano.

La foto de Kanté con la Copa del Mundo puede ser bastante aspiracional para muchos niños migrantes que sueñan con ser futbolistas profesionales, pero no deja de recordarnos que son muy pocos los afortunados en este mundo.

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