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Es un día despejado en un pueblo pequeño. Es domingo, día de descanso, no se trabaja porque siempre hay tiempo para la familia, y por eso ahora las familias están reunidas: comen juntas, escuchan la radio o platican en la calle. Los adultos toman cervezas mientras los pequeños corren de un lado a otro. No lo hacen para salvar sus vidas, no todavía.

El sol ahora se encuentra en su parte más elevada. Tira sobre la tierra sus rayos lacerantes que incluso queman los pies; pero es así siempre, el sol es fuego amigo, es sólo una pequeña brasa encendida comparado con lo que viene.

Es domingo y la tranquilidad del día nos recuerda que la vida puede ser una almohada de paz para nuestros sueños. Sin embargo, siempre hay que estar atentos, preparados. Desde hace unas horas el Volcán de Fuego ha lanzado llamados. Está despierto, vivo, incómodo. Los volcanes son seres imponentes, petrificantes, que están aquí para recordarle al hombre que hay cosas mucho más poderosas por encima de él.

De pronto, cuando el sol está en la parte más elevada, se escucha un rugido sobre la tierra. No es el sol, no es el mar, tampoco es el hombre: es el Volcán de Fuego que ha explotado y ahora lanza injurias por la boca. El coloso está molesto, la gente que vive a sus alrededores nunca lo había visto así, se asombra y toma fotos con sus celulares. Pero el volcán está realmente molesto y ahora lanza fuego por la boca. Lanza veneno, veneno gris que rápidamente se expande por los caminos de tierra. Poco a poco alcanza los primeros árboles, arrastra enormes rocas, crea fuego sobre las carreteras.

La gente se da cuenta que el veneno baja violentamente, cae por las veredas con mucha rapidez y la ceniza va cubriendo el cielo con destrucción. Ahora esa cosa negra se dirige al pueblo, viene hacia las casitas. Ha llegado la hora de correr porque la muerte nos persigue. Era un domingo con mucho sol. #FuerzaGuatemala. 

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