José Inés Novelo, un vallisoletano ilustre (2)

José Inés Novelo imprime a sus estancias un marcado matiz que podemos llamar“neo-renacentista” y le añade un polifonismo agradable.

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Leonel Escalante Aguilar/SIPSE

Mérida, Yuc.- José Inés Novelo imprime a sus estancias un marcado matiz que podemos llamar“neo-renacentista” y le añade un polifonismo agradable, que no sólo va marcando el número de los acordes, sino que ilustra y precisa los contornos y los relieves tanto de las imágenes cuanto de las ideas; viste y da variedad a sus cantos y casticismo a sus endechas, y produce la impresión de lo grande, una noción de altura en el vuelo, de fuerza en las alas, de vigor en los músculos, de profundidad en los pensamientos.

Qué hechizo tienen los versos del señor Novelo, escribió el Duque Job, don Manuel Gutiérrez Nájera en el prólogo que le incluyera en el libro De mi musa, publicado en 1896. Le ha besado la luna, gusta de oír al ruiseñor que canta en medio de la noche. Novelo nos enseña reliquias santas que él y nosotros vemos con ternura, pero reliquias amadas y por lo mismo casi vivas. Nos habla dulcemente de amarguras y cuando observa que los rostros se entristecen y los ojos se empañan, tañe el laúd para distraernos y llena el aire de hermosas criaturas evocadas por él, y que cantando pasan en las ondas de fugitiva serenata. Nada hay en él irrevocablemente muerto. En las tumbas de sus cariños, brotan flores. Son bellísimas estas locuciones que Gutiérrez Nájera dedica a la obra de un poeta relativamente naciente, ya que De mi musa es el segundo libro de poemas publicado de entre más de veinte.

Pero, ¿cómo aparecen las musas en la vida de José Inés? Cuando era muy niño, y en melancólicos episodios narrados en su libro Prólogo de últimos rezagos líricos, en donde cuenta los tristes e inolvidables años de la infancia en su dulce, senecta y venerable ciudad natal y en donde se desarrollan los más hermosos capítulos de su vida al lado de doña Conchita, su amorosa y dulce madre, y sus hermanas Cándida y Rosita, que en realidad fueron Candelaria y Rosalía.

Pero volviendo al tema de las musas y de sus primeros encuentros con los versos y otras estructuras poéticas, pues resulta que llegaban a Valladolid, desde la ciudad capital los periódicos de la época que terminaban como papel de envoltura en las tiendas de abarrotes y que antes de este fin eran devorados por un travieso y siempre entrometido José Inés, curioso por descubrir esos versículos en verso en revistas que él llamaba biblias, como la Revista de Mérida y el Eco del Comercio, cuya edición dominical venía cuajada de versos.

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