Indígenas chiapanecas en Mérida

“Aquí nadie nos quiere, pero todos quieren su parte”.

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Las he encontrado en todas las ciudades del país. Son mujeres indígenas de los Altos de Chiapas: choles, chamulas, tzeltales, tzotziles y de otras etnias comparten espacios en los territorios permitidos. Están capacitadas para su trabajo, esconden la cara cuando se inquiere su procedencia y sobre todo cuando se solicita información de su situación. Es difícil entablar conversación con estas féminas, aunque les hables en su lengua materna. “Tienes el pelo rojo, no eres de nosotros”, dicen mientras ríen entre ellas. Las jóvenes y niñas por las mañanas utilizan su vestimenta tradicional, después de cumplir su horario laboral o en días de descanso usan pantalones ajustados y blusas de colores; nada las diferencia de los jóvenes que pululan en busca de diversión, aunque su rostro indígena delata su origen. Su presencia incomoda a las autoridades a cargo de su jurisdicción; muy pocos tienen la certeza de cómo atacar el problema. En Mérida, el grupo de migrantes temporales es numeroso, de entre ellos destacan las mujeres que, ataviadas con sus trajes, se han convertido en parte de nuestro entorno citadino.

“Nosotros no somos mujeres de la calle”, me dice Albertina, quien me ha concedido una charla en un estanquillo, lejos de miradas inquisitivas, y a cambio de adquirir algunas de sus prendas sin rebaja alguna. Ella es de Copainalá, de allí recuerda con nostalgia el clima y la comida. Niega ser obligada a trabajar. “Venimos por nuestra propia voluntad, nos apalabran por contratos de seis meses”. Según mi informante, el salario que ganan es poco, pero mejor que el que obtenían en su terruño. Algunas tienen hijos que cargan en sus rebozos, los de edad escolar van a las escuelas públicas. Estas mujeres indígenas que salen en busca de un mejor futuro desarrollan una actividad informal ausente de derechos laborales. “Aquí nadie nos quiere, pero todos quieren su parte”, dice; los inspectores del Ayuntamiento nos piden dinero; la policía municipal nos amenaza con detención y hasta ciudadanos nos faltan el respeto. La necesidad es grande, así que hay que aguantar vara”, me aclara.

En términos sociales, la existencia de estos indígenas es parte del modelo económico imperante. La utilización de la mano de obra femenina movilizada temporalmente reduce costos utilizando el salario a destajo como forma de pago. Frente a la situación no es válido cerrar los ojos, es ahí donde aparece la interculturalidad como forma de reconstruir diálogos a partir del reconocimiento de las injusticias marcadas en los pueblos indígenas.

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