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Cuando decimos que alguien es visceral, nos referimos a que, más allá de la razón, preparación, inteligencia o alta esfera que administra, pierde cordura, y con prepotencia hostiga y maltrata ya sea de palabra, actitud o acción a otros seres humanos (máxime si es servidor de la salud). Es más, califican para acosadores. ¿Pero qué hace que alguien se transforme y olvide los principios básicos del respeto y la otrora emblemática educación de ejemplares maestros?

Les puedo enumerar sinfín de motivos, pero, si hablamos de algún personaje directivo, podría esgrimir la fatiga mental, el exceso de trabajo, la impotencia por limitación cerebral al haber alcanzado su nivel de incompetencia o estar envuelto(a) en actos de omisión y/o corrupción.

Lo anterior lo traigo a colación porque, en varias ocasiones, hemos visto cómo quienes de alguna manera fueron “alfiles” se convierten en “ídolos con pies de barro”, dejando atrás largas horas de convivencia personal, laboral y social. He insistido en que algunas veces no tiene mucho qué ver el número de años y peldaños académicos que detentes, sino la moral y buenos principios que recibas desde el seno familiar, pero sin duda con el devenir cotidiano estos valores se fortalecen, cimientan y terminan de moldear al individuo. El proceso referido no es de unas horas, tarda más bien años acumulados, sumando lustros y décadas de experiencia. Quién mejor que usted, amable lector, conoce de este diario picar piedra para alcanzar la meta visualizada desde la infancia.

Lo más lamentable del caso es que los escasos escotomas u ovejas negras a los que hago referencia se sienten “intocables”, embriagados en su mundo megalómano. Abundando sobre el particular y con base en vetusto (para bien o para mal) diseño estructural institucional, hace complicada la remoción o cambio de estafeta a una nueva generación, amenazando, cual enfermedad cancerosa, infiltrar o dañar a quienes se encuentran bajo su mando.

Como profesional y respetuoso de las discrepancias que pueden existir entre semejantes, destaco que nadie está libre de cometer errores, y mientras se esté vivo, la oportunidad de resarcirlos. Lo que sí es intolerable es la intransigencia, falta de respeto, sometimiento con violencia verbal, y patológicamente sentirse superior a cualquiera. En el camino andamos y es el momento de escuchar al cerebro, que con seguridad guiará cada una de tus acciones con la razón. Estamos en época de cambios profundos en el mundo, no dejemos que la víscera nos meta en aprietos: ¡podría ponerse peor!

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