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Este fin de semana, nuestra generación develará una placa conmemorativa en mi alma mater, la Facultad de Medicina, que me viera egresar hace 34 años. Se dice rápido, pero solo el Creador y un servidor saben lo que he tenido que transitar, y no ha sido miel sobre hojuelas. Les comento que, hasta hoy, solo puedo aseverar que el “buen sabor de boca” de haber realizado lo propio y oportuno nadie me lo quita. Será un sábado con nostalgia, toda vez que ya no todos estarán; ley de la vida.
¿Pero qué me han dejado tantos años de experiencia? Los triunfos han dominado sobre los sinsabores, obstáculos cotidianos, diagnósticos acertados que han salvado muchas vidas, largas noches de estudio buscando la excelencia, pacientes agradecidos -otros no tanto, es lógico, solo un ser divino es infalible-. Los doctores somos seres humanos, con virtudes y defectos, que en la vorágine del mundo actual cada día ven satanizada su profesión por carroñeros sin escrúpulos, que, con cantos de sirena, desvirtúan y tuercen el honesto actuar del servidor en salud.

Tengo fresco en mi memoria pasaje inolvidable de mi vida profesional, cuando mi primera paciente, víctima de enfermedad reumática, acudía con un servidor; su semblante acongojado y triste pero lleno de esperanza daba sentido al conocimiento adquirido durante mi formación como especialista. Ese día, arrancaba mi trabajo de alfarero del victimado, con poder transformador, tenía las herramientas científicas para cambiar la historia de un potencial inválido en un ser reintegrado a su vida funcional.

En contraposición de lo que muchos piensan, servir al doliente, allende prescribirle medicamentos, implica mucho más. Recordemos el bello pasaje del poema de Juan de Dios Peza, “Reír Llorando”: Si se muere la fe, si huye la calma, si solo abrojos nuestra planta pisa, lanza la faz la tempestad del alma, un relámpago triste, la sonrisa. Sí señores, sonreír sin importar las malas noches, el cansancio, los problemas personales e impredecibles resultados del cotidiano actuar.
Cuántas veces con ejemplos de vida nos damos cuenta de que, si bien la mayoría del tiempo nos encargamos de devolver la salud, los enfermos, a través de sus relatos, se convierten en médicos que cambian y transforman nuestras mentes. ¿Acaso agradecemos a la vida el privilegio de poder escuchar y aquilatar tanta sabiduría del paciente?

Finalizo con otro pasaje de “Reír Llorando”: El carnaval del mundo engaña tanto, que la vida son breves mascaradas, aquí aprendemos a reír con llanto y también a llorar con carcajadas. Felicidades a mis compañeros médicos.

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