A mi madre, doña Mirna

Parte de mis recuerdos fueron escritos por mi madre con letras de amor en el libro que contiene la historia de mi vida.

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Todavía recuerdo esas mañanas cuando apenas destellaban los primeros rayos del sol y me despertaba el trajín en la cocina y el olor de los exquisitos huevos revueltos que preparaba doña Mirna para sus cinco hijos y don Chinto.

Esa SEÑORA con mayúsculas es mi madre, quien recién llegó a sus primeros 80 años. Qué hermosura de mujer, a quien el orgullo femenino de ninguna manera se le quita, baste decirles que previo a su obligado último ingreso a un hospital, insistió sin titubear en salir de “la casa de mis recuerdos (en la privada de la Reforma)” por su propio pie, aunque lento e inestable, hasta el vehículo convertido en casi ambulancia, con su autoaplicado maquillaje.

Me tiembla mano cuando escribo esto y lagrimo sólo de recordar cómo dejaba el alma, más allá del fruto obtenido de su trabajo, para festejarnos nuestros cumpleaños. No podían faltar el Teatro Guiñol, los tamalitos hechos en casa, el pastel y los refrescos de fruta. Toda “la privada” estaba en la fiesta, ¡todos!, importándole poco la cara adusta de mi padre que no siempre aprobaba esos consentimientos.

Qué orgullo sentía al final del año en el Colegio Montejo, cuando se acostumbraba entregar reconocimientos a las mejores calificaciones en aprovechamiento, conducta y asiduidad, asignando sendas “medallas”, que para nosotros tal vez poco representaban, pero para ella eran guirnaldas de triunfo y con gozo te llevaba hasta el pódium para colocártelas: ¡cómo olvidarlo, mami!

Eso sí, y no con agrado atraen mis neuronas -cual tortura taladrante- los dichosos festivales infantiles de carnaval, cuando sin negociación, ni el respaldo de los “derechos humanos de los niños”, te obligaba a vestirte y cantar “el torerito”, para deleite del colectivo… Hay qué tiempos señor don Simón, como diría Joaquín Pardavé. Pero todo ahora son recuerdos, que quedaron escritos con letras de amor en el libro que contiene la historia de mi vida.

Doña Mirna, de peinado encopetado e impecable vestir, fue una excelente artesana de muchas generaciones de alumnos –fue maestra de primaria-, y de hijos que, más allá de sus errores, son ciudadanos y profesionistas de bien.

Gracias, madre. Papá y Arturo en el cielo seguirán presionando a Dios para que te siga dejando como faro y guía que ilumine y mantenga junta a la familia Herrera León. José, Mirna, Luis y yo haremos nuestra parte. ¡Felicidades ,doña Mirna, querida Mamá!

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