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Lo que no entienden de los cumpleaños y lo que nunca te dicen es que cuando tienes once también tienes diez y nueve y ocho y siete y seis y cinco y cuatro y tres y dos y uno.- Sandra Cisneros, Eleven

He leído el cuento de Cisneros una y otra vez, tanto que me lo he aprendido de memoria, tanto que cada cumpleaños recito las líneas como si se tratara de la lección que me dejaban estudiar en la primaria.

En este preciso instante hay alguien en el mundo que está soplando veintiún velas en un pastel de chocolate, otro está viendo por primera vez lo que le rodea y, en algún otro lado, alguien está dando consejos porque la edad que ha cumplido se lo permite.

Entre todos aquellos que celebran su cumpleaños, ahora hay alguien sentado en una silla pensando en que la edad adulta se ha apoderado de su vida y que, aunque no quiere, tiene que abrirle la puerta porque ya es tiempo de hacerlo.

Y mientras camina hacia el picaporte piensa en cómo huir del segundero del reloj que hace juego con el ruido de sus pasos. Va tarareando su canción favorita que se reprodujo minutos atrás en la radio del cuarto contiguo y ahora sus pies cada vez se mueven menos.

La muñeca que descansa en la mesa del fondo parece sostenerle la mirada mientras él se acomoda la manga de aquella camisa negra que se pone en días calurosos. Ahora está más cerca.

Las manecillas marcan las once menos quince. El cumpleañero se detiene porque le toma unos cuantos segundos convencerse de lo que ve. Y camina. El picaporte está cerca, pero él decide sentarse.

El único movimiento que hay en el cuarto es el de sus piernas colgado de las sillas (como cuando era niño), el único sonido que se escucha es el de sus zapatos contra la alfombra. No hay más. Hasta que una voz proveniente del fondo de la casa grita su nombre una vez, y él decide ignorarlo. El silencio vuelve a aparecer, pero de nuevo se rompe con la repetición de su nombre. Y así, el cumpleañero sabe que ya es hora.

Así, al levantarse sus pasos se vuelven un poco más grandes, un poco más rápidos. Se dirige al picaporte porque sabe que tiene que hacerlo. Se dirige a la puerta que hasta ahora había estado cerrada, pero sabiendo que las otras que ha abierto se quedarán así.

Ahora el reloj marca las doce en punto. Ya es tiempo, da el último paso, estira la mano, abre la puerta y al hacerlo, no puede creer lo que ve.

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