|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Diana Puga/SIPSE

Mérida, Yuc.- Para Felipe, Hannah, Mía, Nico y Wille: “Crean en ustedes. Sueñen. Intenten. Hagan el bien”.- Boy Meets World

Hace aproximadamente diecisiete años estaba a unas semanas de comenzar mi educación. Mi primer día de clases en el jardín de niños era algo que me causaba mucha felicidad. No derramé ni una sola lágrima cuando entré al salón por primera vez, cosa que mi papá y yo recordamos ahora entre risas.

Siempre me gustó la escuela, siempre iba de acá para allá comprando libros, lápices y armando una colección de libretas que a cualquier maestro le hubiera parecido envidiable.

El tiempo se me pasaba enseñándole palabras nuevas a mis bisabuelos, explicándole lecciones de ciencias naturales a mi mamá y dibujando en las libretas viejas que encontraba.

Siempre se pensaba que mi destino era inevitable: ser maestra. Sin embargo, al momento de decidir qué era aquello a lo que dedicaría mi vida, decidí no serlo. O al menos eso pensaba.

Fue el destino, si es que creen en él, o mis decisiones que me llevaron por lo inevitable, y pasé mis primeros años de trabajo intentado ser “una maestra” o al menos es así como me llaman los niños, aunque mis estudios no se especializaran en ello. Ahí pude comprender que la enseñanza va mucho más allá de las notas que escribes en el pizarrón y las instrucciones que das.

He visto ir y venir a muchos alumnos, he compartido con ellos risas, juegos y uno que otro regaño. He limpiado lágrimas por exámenes reprobados y gotitas de sangre de muchas rodillas raspadas. He dado consejos de qué colores combinan con el azul y uno que otro consejo de amor a los niños que empiezan a ser adolescentes.

Después de tantos años de sentarme en los pupitres, ahora me ha tocado sentarme del otro lado, ahora me toca a mí pedir que el salón quede en silencio (si es que alguna vez se pudo) y tratar de convencerlos de que, como siempre he creído firmemente, algunas de las mejores cosas que tenemos en la vida son esas historias que están escritas en las páginas de los libros.

Los años han pasado y ahora me toca a mí acomodar los birretes y abrochar las togas, ahora me toca a mí despedir a una generación y darle la bienvenida a una nueva. Ahora me toca a mí derramar una que otra lágrima al abrazar en su último día de clases a aquellos que fueron niños y que ahora salen convertidos en pequeños adolescentes.

Lo más leído

skeleton





skeleton