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Desde antes de la alternancia, hace ya décadas, se discuten las alternativas posibles al agotado régimen presidencialista mexicano. La izquierda, desde su regreso a la legalidad en 1977, ha tenido como propuesta programática otros modelos, con mayor equilibrio entre los poderes, o de plano el tránsito a un sistema parlamentario. A partir de la alternancia, el PRD y otras fuerzas presentaron diversas iniciativas legislativas en ese sentido, encaminadas a superar democráticamente el disfuncional presidencialismo. Al interior de ese partido, López Obrador formaba parte de una minoría decididamente opuesta a esa línea programática. Era y sigue siendo un presidencialista fervoroso.

El tabasqueño ha disimulado poco su desprecio por los órganos de decisión colectiva, a los que ve como un lastre para la acción del ejecutivo. En vísperas de la elección de 2006, expresaba su oposición a establecer contrapesos institucionales al presidente, pues “si ahora no hacen nada, imagínense con menos poderes”. En esa línea de acción, el ex perredista ha procurado siempre evitar que sus decisiones se subordinen a órganos colegiados. Ha ido pasando de amenazar al Consejo Nacional del PRD con renunciar a su presidencia si no se aceptaban sus propuestas, a las asambleas informativas con las que se imponía a ese partido, y finalmente al control total de los órganos de dirección de Morena. Con la presidencia de la República a la vista, decidió que los candidatos plurinominales de ese partido no fueran elegidos sino rifados. Llegarán así al Congreso docenas de personas sin la menor experiencia, conocimiento o proyecto legislativo o político, y por tanto subordinadas a su único referente común, el propio López Obrador. De manera expresa, evita postular a especialistas en los distintos temas legislativos, sustituyéndolos por “personalidades”.

Éstas, atletas distinguidos, por ejemplo, al igual que los sorteados, carecen del menor criterio político y se alinean fácilmente a las consignas de su dirigente. Así, sólo una minoría de legisladores morenistas serán personas con criterio propio y objetivos políticos programáticos. Con el mismo móvil, viene proponiendo la eliminación de los legisladores de representación proporcional. Le bastaría así una minoría de votos, digamos el 35%, para obtener una amplia mayoría de la Cámara de Diputados, pues los plurinominales representan al 60% de ciudadanos que no ganan la elección en su distrito, pero que en conjunto pueden ser una mayoría social opositora.

El tabasqueño ha venido trabajando por un Congreso subordinado, en el que el debate carezca de efectividad ante decisiones ya tomadas por él como presidente. Es ese el presidencialismo que sí pretende revivir.

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