Un pedazo de cielo

Amí la homofobia me duele, me hace ruido, me afecta. Me deja un sabor muy amargo en la boca. Me duele más cuando sé que es una fobia que se puede palpar en cualquier lugar del mundo.

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Amí la homofobia me duele, me hace ruido, me afecta. Me deja un sabor muy amargo en la boca. Me duele más cuando sé que es una fobia que se puede palpar en cualquier lugar del mundo. Ahora que estuvimos en Chile, me entero de la Ley Zamudio, una ley creada a partir de la tortura y el brutal asesinato de un joven cuyo único delito fue ser homosexual. Los asesinos, todos ellos en los veinte años, descargaron una saña horrorosa en el delgado cuerpo del joven Zamudio. Él murió poco después en el hospital. Sus padres no descansaron hasta ver aprobada la ley contra la discriminación. Son tantos los crímenes de odio, tantas vidas que se han llevado la irracionalidad y el odio, quiero repetir que es odio, porque es una palabra muy grande, muy peligrosa, una palabra que mata y que en cualquier segundo se manifiesta con cuchillos, cigarros encendidos, pistolas, golpes y, al final, la muerte: siempre la muerte.

Ayer fue un día especial en Chile, caminábamos por sus calles cuando vimos en las noticias la muerte del poeta Nicanor Parra; por otra parte, se celebraba la aprobación de la ley de identidad de género, un gran paso para los chilenos. Ya en mi taller me habían hablado de que la transfobia se manifiesta fuertemente en este país. Curiosamente, caminando por las calles de Valparaíso, llegamos a un templete donde se realizaba un homenaje a Pedro Lemebel, poeta, perfomer, activista por los derechos de los homosexuales. Un hombre que luchó hasta el final por la libertad sexual. Su manifiesto es poderoso y contundente, comparto aquí algunas líneas: “Y no es por mí, yo estoy viejo y su utopía es para las generaciones futuras. Hay tantos niños que van a nacer con una alita rota, y yo quiero que vuelen, compañero, que su revolución les dé un pedazo de cielo rojo para que puedan volar”. Y creo que sí, que es por los otros, por los que vienen y tienen derecho a vivir sin miedo, libres de discriminación y violencia. Se necesita poco para que los comentarios en las redes se disparen a agredir a un homosexual, un travesti o un transgénero; la retahíla de agresiones nos puede llevar de la risa al asco y es ahí donde viene el sabor amargo en la boca y la certeza de que nos falta mucho camino por andar. ¡Qué sería del mundo si cambiáramos el odio por amor! “No necesito disfraz, aquí está mi cara. Hablo por mi diferencia, defiendo lo que soy, y no soy tan raro, me apesta la injusticia”.

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