México y la España republicana

Un oscuro episodio en la gestión de José López Portillo tiene que ver con la Madre Patria...

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La frivolidad, el melodrama y la gesticulación llevaron a José López Portillo, “el último presidente de la Revolución mexicana” (como se llamó en una de tantas frases de su verborrea), a romper relaciones con la España democrática para reconocer un franquismo sin Franco y ensuciar tanto el legado del general Cárdenas como la relación mexicana con la República Española.

Un ancestro de López Portillo salió cuatro siglos antes de Caparroso, un pueblo navarro que había visitado y al cual quería volver como presidente de México. Y no pudo aguantarse el ser ovacionado por sus paisanos, así que decidió “reanudar” relaciones con España. Sólo que, le recordó su secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, México nunca había roto relaciones con España: las seguía manteniendo con la República que era el último gobierno democrático y legalmente constituido.

Eran los primeros meses de 1977 y ya había muerto Franco, pero España era todavía una monarquía heredada según sus leyes. Ni Juan de Borbón había abdicado en su hijo ni los españoles habían refrendado la restitución de la monarquía con una Constitución democrática. Ni siquiera el partido comunista se había legalizado, lo cual supondría la primera ruptura legal y simbólica con el franquismo, tampoco estaban aún en el panorama los Pactos de la Moncloa. Pero López Portillo tenía prisa por cumplir su capricho y no se iba a detener en pequeñeces.

Prácticamente obligó al último presidente de la República española, don José Maldonado, a decir públicamente: “El presidente de México y yo convinimos hoy en cancelar las relaciones diplomáticas que sostenían ambos gobiernos”, aunque la República “no puede cesar en la preservación y ejercicio de sus legítimas funciones hasta que el pueblo español manifieste de nuevo su voluntad soberana”. En marzo de 1977, López Portillo reconoció al franquismo sin Franco y viajó a Caparroso. A fines de 1978, la Constitución, refrendada democráticamente, reconoció a Juan Carlos I como jefe de Estado y rey de España.

Por dos años, Franco venció a Cárdenas. Y los herederos del exilio, que perdimos una guerra antes de nacer en tierra mexicana, perdimos también una República legitimada por México, en una honrosa lección de política internacional, durante casi cuatro décadas.

Nada se reanudó ni es para celebrar esa vergüenza.

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