La santa indígena de Leonard Cohen

Y “Hermosos perdedores” es un genetiano aullido de amor a Santa Katerí.

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Hace poco más de un año se apagó una voz fundamental no sólo para mi generación sino también para cuantas la escucharon, la voz de ese artista enorme que fue Leonard Cohen. Mucho se le ha llorado y mucho más debe recordársele. En realidad, el Nobel a Bob Dylan lo premió también a él, en cuanto esa entrega tuvo de reconocimiento a los modernos trovadores que al mismo tiempo son profetas, y a los cuales cierta alta cultura ha mirado con desprecio.

Antes había recibido Leonard Cohen un premio especialmente importante para él, el máximo reconocimiento español, el Príncipe de Asturias. Confesó, entonces, cuánto debía a Federico García Lorca, al duende como vocación y como concepto, así como a la guitarra española con sus sonidos negros.

Nació en Montreal, capital de la provincia de Québec, en 1934. En una urbe de sabor francés, de mayoria católica y francófona, Cohen era judío y escribía en inglés. Québec vio exacerbada la comezón independentista sobre todo por dos visitas: la que hizo Isabel II, reina inglesa y símbolo de la ocupación, en 1964, y la que hizo Charles de Gaulle, presidente de Francia y símbolo de la liberación, en 1966. De Gaulle concluyó su discurso oficial con un “Vive le Québec libre!” atronador.

Desde muy joven Leonard Cohen escribió poesía, y el año anterior a la visita de la reina publicó su primera novela “The Favorite Game” (“El juego favorito”). El mismo año de la arenga gaullista publicó su segunda y última novela “Beautiful Losers” (“Hermosos perdedores”, ambas traducidas por Lumen). No hubo demasiado entusiasmo en la provincia de Québec por un poeta y narrador anglófono. Leonard Cohen decidió, entonces, abandonar la narrativa y entregar su voz de barítono desgarrador a la poesía.

“Hermosos perdedores” va de la ternura lorquiana a la brutalidad de Henry Miller a quien Cohen también consideraba su maestro. Para Ray Loriga, ahí está “el núcleo, la raíz o el aroma de su Famous Blue Raincoat”

Escatológica también en la acepción mística de la palabra, borda la historia de dos hombres enamorados entre ellos y de una misma mujer, como marco a la peregrinación hasta la fuente, junto al río Saint Laurent, donde, bautizada por los jesuitas, se hizo santa la indígena mohawk Katerí Tekakwhita.

Y “Hermosos perdedores” es un genetiano aullido de amor a Santa Katerí.

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