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El accionar de los seres humanos es directo, implacable y avasallador; somos organismos orgánicos de altísimo consumo, satisfacemos todas nuestras necesidades básicas porque esa es nuestra naturaleza como elementos de orden superior.

Esa interrelación o interacción con el medio ambiente, está caracterizado por un constante flujo de uso y aprovechamiento, está marcado por una dinámica de generación y de-generación continua a través del tiempo.

Pero lo que una vez fue un equilibrio entre la producción y el consumo, se está convirtiendo en una catástrofe silenciosa, debido al factor humano, ése que siempre busca el poder y las riquezas (materiales) para satisfacer el status quo y las condiciones propias así como de los semejantes.

Las proyecciones internacionales como el Panel de Alto Nivel sobre Sostenibilidad Global de la Organización de la Naciones Unidas muestran, que para el año 2030, la demanda global de alimentos habrá aumentado un 50%, la de energía un 45% y la de agua potable un 30%, éste último rubro fundamental en un planeta donde actualmente, alrededor de 2 mil millones de personas carecen de sistemas de sanidad aceptables.

Los actuales niveles económicos – señalan los integrantes del Panel en su informe– “nos está empujando en forma inexorable hacia los límites de los recursos naturales y aquellos sistemas ecológicos que hacen posible vida a nivel planetario”.

Ante este panorama, emitieron cincuenta y seis recomendaciones de alto impacto para cambiar la dirección y el curso de las economías globales en la materia, haciendo énfasis en el llamado desarrollo sustentable.

Dicho concepto surge apenas en la década de los años setenta, ante la preocupación mundial por el deterioro ambiental, reforzando la necesidad de integrar la dimensión humana a un desarrollo completo, no enfocado únicamente a la producción y resultados económicos.

El debate, sostenido por los principales organismos ambientalistas como el Informe Brundtland, reiteran la necesaria vinculación entre el crecimiento de las economías con el uso racional de los recursos naturales, bajo una óptica unificadora.

A nivel federal, el artículo tercero de la Ley General del Equilibrio Ecológico y Protección al Medio Ambiente define al desarrollo sustentable como el proceso evaluable mediante criterios e indicadores de carácter ambiental, económico y social, que tiende a mejorar la calidad de vida y la productividad de las personas, que se funda en medidas apropiadas de preservación del equilibrio ecológico, protección del ambiente y aprovechamiento de recursos naturales, de manera que no se comprometa la satisfacción de las necesidades de las futuras generaciones.

La configuración territorial de nuestras Zonas Costeras, su fragilidad en la disponibilidad de recursos, así como el estar propensos a las afectaciones de huracanes, hacen que el desarrollo sustentable sea un elemento necesario al momento de realizar una agenda de trabajo estatal en la materia.

Por ejemplo, después de lo ocurrido en el huracán Isidoro, se registraron rupturas de hasta 60 metros de ancho en las islas de barrera, demostrando la alta vulnerabilidad de aquellas áreas arenosas.

También, la poca profundidad del manto acuífero en los municipios costeros representa un riesgo potencial de contaminación, aunado a la intromisión salina debido a las extracciones de la región, afectando por ende, la disponibilidad del agua dulce.

Sabemos que las Zonas Costeras son hogar y hábitat de miles de especies de peces y aves, por lo que referirnos al desarrollo sustentable es hablar de proteger y conservar los ecosistemas costeros, entendiendo, que son regiones de alta fragilidad por la actividad humana.

Esto debe ser un trabajo de todos los actores implicados: autoridades federales, estatales, municipales y sobre todo, sociedad civil organizada, quienes somos beneficiarios en última instancia, de vivir en ambientes ecológicamente equilibrados.

El Panel sobre Sostenibilidad Global de la ONU, al emitir sus recomendaciones exhorta a los gobiernos a incluir en el precio de los bienes el verdadero costo ambiental de producirlos, con etiquetas que permitan al consumidor decidir si desea adquirirlos o no, basado en el impacto ambiental posible.

También estima que ya es tiempo de eliminar los subsidios gubernamentales que atenten o afecten contra el medio ambiente, por ejemplo, los gastos en materia subsidiaria de combustibles fósiles, es decir, hay que desarrollar proyectos energéticos alternativos eficientes para reducir el uso de vehículos contaminantes.

Estamos a tiempo y es tarea de todos; trabajemos juntos, porque los efectos de una mala planeación nos están llevando a una disminución innegable de nuestra calidad de vida y al riesgo de dejarles a nuestros hijos un planeta desequilibrado.

*Maestra en Derecho y Doctorante por la Anáhuac Mayab

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