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Nuestras vidas encierran muchas historias. Tenemos una historia familiar, educacional, laboral y sexual.

En estas historias están guardadas muchas experiencias, ideas, sueños, recuerdos gozosos y otros no tanto, también recuerdos dolorosos, heridas, creencias heredadas, verdades “a medias”, mensajes y fantasías.

Es importante invertir tiempo en recordar e investigar la propia historia que, aunque está formada por acontecimientos del pasado, repercute en nuestro presente, en cómo nos relacionamos y cómo nos vemos a nosotr@s mism@s.

Si queremos vivir en amistad y amor, hay que conocernos a fondo para descubrir obstáculos y los propios recursos, sanar heridas y partes dolorosas del pasado para vivir con libertad el presente y crear nuestro futuro.

Hay que acercarnos a nuestra historia con respeto y reverencia, es decir, con ternura, con benevolencia, respecto al pasado así como a lo que somos en el presente. Sin juicios negativos (sucio, perverso, malo, anormal).

Importantísimo es estar abiertos a descubrir la verdad aunque duela. Arriesgarnos a hablar con nuestros padres y hermanos de la relación entre ellos y de recuerdos en común de la niñez.

Escuchar sin rebatir, pues al ser personas diferentes las percepciones también lo son.
Recordar los mensajes implícitos y explícitos que recibimos, si nos respetaron o nos humillaron, si nos valoraron o nos avergonzaron.

Recordar nuestras enseñanzas sexuales, ya que las suposiciones sobre la sexualidad forman parte de los mensajes centrales de la vida.

Aunque somos frágiles y vulnerables podemos reinterpretar los mensajes y superar las heridas y vergüenzas.

Siendo niños se hacen heridas que muchas veces no se consideran. Por ejemplo: decirle al niño “eres un tont@”, “no sirves para nada”.

La reacción normal de cualquiera a una agresión es el coraje y el dolor. Sin embargo, se le prohíbe al niño enojarse y en su interior el dolor es muy fuerte.

Es muy cruel negarle la posibilidad de externar sus sentimientos con la amenaza y el miedo a perder el amor y protección de los padres. Se idealiza al agresor porque el mensaje es: “Esto va por tu propio bien” ¡hasta se debe agradecer!

Al llegar a la adultez, sin recordar la causa original, hay sentimientos de dolor, impotencia, confusión, aflicción y miedos que conducen a acciones agresivas contra otros y/o contra uno mismo.

Aprovechemos la oportunidad en la adultez de trabajarnos para sanar viejas heridas y vivir cada vez mejor en y con armonía.
¡Ánimo!, hay que aprender a vivir.

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