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Lector, ¿cuántos amaneceres llevas en tu vida? Cierto es que medimos el tiempo en días, meses y años; pero poco hemos considerado el hecho de medir nuestra existencia a partir de amaneceres. Quizás deberíamos prestar más atención a ellos, pensémoslo un segundo.

Tendemos a comenzar las relaciones verbales matutinas preguntando cómo amanecemos. En los mensajes virtuales hemos de recibir o enviar un “¿cómo amaneces?” y esperamos un bienestar escrito de vuelta. Hay magia detrás de esto.

Es como si se tratara de oportunidades. Quizá porque vivimos bajo la educación emocional de saber que cada día es diferente y promete llegar con aires virtuosos en los que sabremos mejorar y honrar el día que se nos ha otorgado. Nos sabemos agradecidos.

Alejandra Pizarnik, poeta argentina, escribió un poema en prosa que no lleva título; la manera de ser nombrado es una fecha: 24 de septiembre. Poco sabemos de las circunstancias específicas en las que fue escrito, pero mucho podemos anticipar y reconocer cuando dispara hacia nosotros la primera frase: “Un nuevo día lleno de sol.

Despego mi ventana y la luminosidad cae en la habitación. Luz amarilla y vital”. Podemos estar de acuerdo en que detrás de una descripción poética, se encuentra una percepción humana de la vida; es así que nos identificamos plenamente con ella.

Piensa en tus amaneceres, lector. Muchos corren con la suerte de poder absorber esa luminosidad y proyectarla con entusiasmo y energía en un inicio que pudiera resultar envidiable para quienes despiertan con pesar en el alma y una luz matinal se convierte en un contraste doloroso. Sin embargo, hay algo mágico en ellos, una especie de placebo esperanzador que nos ayuda a sobrellevar las circunstancias difíciles de la vida sabiendo que mañana amanece y todo puede comenzar de nuevo.

Finalizando, encontramos un: “Me llama junto a sí, al paseo matinal, lleno de árboles y seres que caminan”. Habla de luz y de esperanza. Dejémonos llevar por un nuevo inicio y también mantengamos una continuación amable para mirar los otros amaneceres que nos rodean, esos que llevan nombres propios y respiran.

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