Desgracia

Nos encontramos ante una historia que puede resultar desafiante.

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Creo en los momentos de fragilidad en los que se deciden los días que vienen, las circunstancias que viviremos bajo las condiciones de un instante en el que todo va a cambiar. Sabemos que todo se transforma en un momento, que el curso de las cosas y las decisiones que tomamos día a día estarán reflejados en los colores de los amaneceres próximos. Tenemos en cuenta que hay situaciones que no podemos prevenir; sucesos que nos atropellan de momento y nos inmovilizan.

En Desgracia (1999), del autor sudafricano J. M. Coetzee, nos encontramos ante una historia que puede resultar desafiante. ¿Qué es exactamente lo que causa esta incomodidad retadora? Quizá sea el hecho de que no estamos acostumbrados a mirar más allá de las acciones de las personas; cierto es que juzgamos a partir de lo que vemos, de lo que se hace, y de lo que nosotros podemos tomar como aceptable. En esta historia, los temas son delicados y las pasiones superan nuestra tranquilidad aparente.

David Lurie es un profesor de literatura en la Universidad de la Ciudad del Cabo, tiene aproximadamente cincuenta y dos años y el deseo sexual de un adolescente; también tiene la imprudencia corriendo por su sangre. En un desato de pasión, se relaciona con una alumna suya, quien no tarda en denunciarlo y lo guía hasta la vergüenza social de la que huirá recluyéndose en la granja de su hija Lucy. Ahí aprende los quehaceres cotidianos y su nuevo empleo radica en sacrificar perros enfermos en una veterinaria. El cambio es brusco y el descontento crece para luego encontrar un equilibrio amable.

¿Y la desgracia? Si pensamos en su primera situación, podríamos hablar de una desgracia social, pero el verdadero golpe viene a destruir su integridad y cuestionar sus instintos humanos. En un asalto a la granja, nada puede hacer David para evitar que violen a su hija. Se distancian, se desconocen ante la aceptación de un niño indeseado, un nieto que, si bien es inocente, será el recuerdo eterno de una impotencia paternal. La desgracia es humana.

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