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De mis mayores aprendí la importancia de tomar en serio las palabras que salen de la boca de la gente que nos rodea. “No es lo que decimos, sino cómo lo decimos”. Y realmente, la manera en la que nos expresamos es naturalmente un reflejo de cómo pensamos, y en este sentido, cómo vemos el mundo y en qué lugar nos posicionamos dentro de él.

La lectura de esta semana viene cargada de una introspección casi obligada, de esas que no elegimos pero que de momento tomamos como nuestras porque el instinto lo ha decidido así. Podría decir que se trata de una invitación para mirarnos y analizar, tanto lo que nos rodea, como lo que nosotros rodeamos. El argentino Antonio di Benedetto trae para nosotros el cuento “Pero uno pudo” (1953).

Para comenzar con la historia, advierto que está dividida en dos partes claramente separadas. En la primera, hay un tono que denota una pluralidad. ¿Quiénes hablan? Un grupo de hormigas. Y lo hacen así, refiriéndose a ellas como colectivo y unidad; una misma voz. En la segunda parte, la voz de una madre aparece para anunciar una próxima “desinsectización de plantas”; esto significaría la muerte del colectivo de hormigas que tan bellamente se expresó en palabras anteriores.

¿Qué sucede realmente en la historia? Las hormigas parecieran representar a una sociedad ideal, donde no hay individualismos y se trabaja en grupo velando el bienestar de la comunidad. Sin embargo, la mujer y su familia vienen a romper con esa valiosa armonía. Los deseos personales son gritados al aire en una serie de oraciones muy finamente descritas que nos llevan a entender cómo el egoísmo reina entre los humanos.

La moneda está en el aire y la amenaza dicha. Al final del cuento, no es la mujer quien “desinsectiza”, sino el padre de familia que regresa tras años de ausencia. En un movimiento final, escuchamos ambas partes del cuento. Las hormigas gritan ¡asesino, asesino!, y el hombre da una cátedra a su hija de lo que supone para él “hacer su vida”: su voluntad.

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