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Tendemos a buscar referencias de todo, a intentar descifrar parecidos que pudieran resultar como una suerte de entendimiento, o quizá de pertenencia. Constantemente, proyectamos nuestra vida en cada una de las cosas que nos tocan o con las que nos relacionamos en la cotidianidad.

Ya sean canciones, películas, libros o el aire dolente de una tarde melancólica; lo cierto es que por un momento nos gusta sentirnos protagonistas de algo y pensar que somos la encarnación de ese poema o cuento, de esa melodía que suena como si alguien arriba, o abajo, o a los lados, buscara musicalizarnos y hacer de nosotros el ser ideal. Proyectarnos es siempre inevitable.

“La noche de los feos”, un cuento del autor uruguayo Mario Benedetti, aborda cruda y tiernamente la historia de dos personajes, un hombre y una mujer, que buscan unirse en un acto amoroso aun cuando sus aspectos físicos vayan en contra de todo lo que ellos creían posible: son feos, muy feos.

La historia se lee como quien mira una película. ¿Qué es lo que vemos? Ambas personas se encuentran haciendo fila para entrar al cine. La gente que los rodea se distingue por llevar armonía en sus rostros y en sus vidas, observamos parejas de esposos, de novios, de ancianos cuyos matrimonios han roto los récords de la paciencia, y también grupos de amigos. Nuestros personajes, sin embargo, van solos.

Entre miradas reconocen su fealdad y se sienten más seguros, pues ambos han decidido mostrar sus deformidades con orgullo, como si el otro feo no pudiera juzgarlos y su ambiente se llenara de un aire lleno de posibilidades. Se encuentran, cruzan palabras y deciden continuar la plática en un café y posteriormente en la cama.

No es una historia más de amor, sino un relato en el que encontramos la belleza de la vulnerabilidad y la capacidad para mostrar las cicatrices que adornan los cuerpos y que fortalecen las almas. Quizás tendríamos que ser más como ellos, presentarnos tan feos y crudos como somos, para luego dar paso a la belleza.

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