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La vida y el tiempo transcurren de tal manera que muchas veces olvidamos que se contienen mutuamente, que los horizontes a los que nos invitan a mirar son los del aprendizaje pleno. Lo escuchamos en bocas ajenas y en bocas queridas también. La vida es esto, la vida es el tiempo que pasa, el tiempo es quien todo lo cura y da la razón. ¿Qué pasaría entonces si el tiempo, en lugar de darnos la razón, trajera exactamente lo que tememos?

En la lectura que nos ocupa esta semana, partimos de una curiosidad primera que derivará en asombro, estacionándose por un desespero humano que finalmente llegará a un desconcierto que se siente en el alma. El autor que ha dispuesto estas letras ante nuestros ojos es el uruguayo Mario Levrero.

Para comenzar con la historia, presento a dos personajes que son la base del cuento: un hombre cuya edad ignoramos en un principio, y un ascensorista encargado de subir y bajar gente. Los diálogos son mínimos pero determinantes. Como primera intervención tenemos un “Noveno piso”, expresado con la certeza de quien sabe a dónde va. Al responder, el ascensorista que rápidamente es clasificado como enano perturbador, responde: “Le apuesto que no llega”. Desconcierto, impotencia y pensamientos de superioridad cruzan por la mente de nuestro personaje.

Piso tras piso, el ascensorista decidía meter más y más personas. El calor se volvía sofocante y los olores de los cuerpos minaban la paciencia; se volvió una situación intolerable. De pronto, el ascensor colapsa y sucumbe en caída libre con la melodía de una carcajada maligna por parte del enano. El único sobreviviente es nuestro personaje, quien, entre una masa de sangre y cuerpos, opta por escalar el alambrado hasta el noveno piso. Alguien lo esperaba.

Al llegar al noveno piso, el ambiente va cambiando a su alrededor y todo se adorna de pobreza y obscuridad. Quien lo esperaba era una mujer que se presenta vieja, contraria a sus recuerdos amorosos. El edificio cruje con promesas de derrumbe y las certezas se agudizan: no estaba llegando al cielo.

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