|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Por Leonel Escalante Aguilar

Eran los días cercanos a la celebración de los Fieles Difuntos, días marcados por una rara sensación que hoy recuerdo con imborrable nostalgia. No sé cuándo se inició la tradición pero sí que, desde muy pequeño, nos hicieron ser parte de ella a mis hermanos y a mí. Todo comenzaba con la adquisición de los materiales para la elaboración de las tan coloridas ofrendas: pliegos de papel crepé, con ese su característico olor, un rollo de fino y delgado alambre y un pomo pequeño de pegamento blanco, mismos que adquiría en la surtida miscelánea de don Rafael Centeno Rosado, el inolvidable don “Fayo”. Era el material suficiente que mi madre necesitaba para ser transformado en hermosas rosas y claveles que servirían para la elaboración de las tradicionales coronas que se ofrendarían el día de la visita al cementerio y que honrarían la memoria de la difunta abuela Rita.

Mis recuerdos viajan hoy hasta esa ya lejana y entretenida infancia, pletórica de alegrías al lado de unos inolvidables padres, hermanos y un abuelo que supo dar grandes lecciones de amor a los suyos, y éste, sí que lo era. Un ritual que año tras año se asomaba discreto en el momento mismo cuando la maestra Míldred hacía girar el papel crepé alrededor del que sería un espigado y verde tallo de alambre forrado del mismo material. Una a una, las flores recién elaboradas eran colgadas en un delgado hilo de cáñamo y transformaban el paisaje del enorme comedor en aquellas apacibles tardes otoñales.

Cuando esto ocurría, el abuelo Jacinto ya tenía listas, en un rincón del viejo y polvoso taller, las coronas hechas de fresca limonaria, hojas de palma y un nutrido atado de espárrago plumoso, esa hoja silvestre que contento cortaba junto al brocal del abandonado pozo que compartíamos con los vecinos Sánchez Mézquita en el fondo del viejo solar.

Ya listas las coronas llenas de ese follaje que era rociado por el abuelo para conservar su frescor, a mi madre le correspondía entonces inundarlas de esas, para mí, “aromadas” flores de papel: delicados claveles de un encendido bermellón y rosas blancas y rosadas fabricadas con la sutileza propia de una hija que sabía que recibiría de su madre toda clase de bendiciones por tan delicado y amoroso obsequio en ese día de finados.

Lo más leído

skeleton





skeleton