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El ser humano, a través de la civilización, ha logrado expandir sus límites en un sinnúmero de aspectos; nuestro mundo se encuentra lleno del espíritu de la cita latina: “Citius, altius, fortius” pronunciada por el barón Pierre de Coubertin en los primeros juegos olímpicos de la era moderna en Grecia, en donde nos impulsaba: ¡Más rápido, más alto, más fuerte!, y es precisamente así como la vida de todos nosotros se desarrolla en la actualidad, extendiéndose cada vez más velozmente sobre las fronteras conocidas.

Durante la edad media, la esperanza de vida llegaba a lo sumo a los 45 años, en México para los años setentas era ya alrededor de los 61 años y en 2014 cercana a los 75; es así como el ser humano aparentemente cada vez logra más y ha estado aumentando consistentemente los años que tiene posibilidad de vivir en esta tierra. Interesante es reflexionar sobre si estamos logrando en verdad unas mejores vidas o simplemente le añadimos cada vez más calendarios a nuestro paso por este mundo.

Estamos expandiendo los límites, con comunicaciones cada vez más eficientes y rápidas, medicinas que solucionan problemas de salud antes imposibles de remediar, aumentos en la producción de todo tipo de satisfactores, pero la gran pregunta es si ese enorme caudal de cosas a nuestro alcance ha contribuido a que seamos más felices.

Contar con más recursos no nos garantiza vivir mejor; si bien los recursos materiales nos pueden brindar un mejor nivel de vida, para vivir mejor se requiere algo más que eso, hay que combinar nuestros recursos materiales con los recursos internos, mentales, psicológicos y espirituales. Somos cuerpo y alma y es en la adecuada atención a esta dualidad como lograremos vivir mejor; las aves requieren de sus dos alas para volar, de la misma forma el ser humano requiere de la atención de sus dos realidades, la material y la espiritual, para vivir una mejor vida.

Más no siempre significa mejor, de nada nos sirve ir más rápido, más alto y más fuerte si no sabemos hacia dónde nos dirigimos.

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