"Las brujas en Querétaro"

Hace mucho tiempo un español y una joven indígena se casaron sin el consentimiento de los padres de ella.

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Ewald Hekking y Severiano Andrés de Jesús publicaron un relato de brujería que se cuenta en la región otomí, al sur de Querétaro. Hace mucho tiempo un español y una joven indígena se casaron sin el consentimiento de los padres de ella. Se fueron a vivir en la casa de los progenitores del marido, quienes los recibieron muy bien.

A la hora de la comida la joven dijo que no quería comer. El papá del muchacho le preguntó si no le gustaba el guiso o qué prefería almorzar. Ella no contestó y así fue pasando el tiempo.

Aunque la joven preparaba los alimentos, nunca quiso ingerir de lo que ellos disfrutaban: carne, frijoles y verduras. Decía que no le gustaban. Un día, ella no aguantó más y le dijo a su esposo que quería ir a la casa de su madre y comer lo que ella acostumbraba. Entonces, el marido tuvo que llevarla a casa de su mamá.

Cuando llegaron a su destino, la muchacha le dijo al esposo que se fuera a trabajar, que no se preocupara y que se quedaría con su madre esa noche. El joven accedió e hizo como que se fue, pero en realidad se escondió cerca de la casa.

Al llegar la noche, el marido salió de su escondite para espiar a las dos mujeres. Con pavor, vio cómo empezaron a despojarse de sus ojos y ponerse los de los gatos. Se colocaron alas de petate y sus patas se volvieron de guajolote. Todo lo que se quitaron lo guardaron y emprendieron el vuelo. Él no podía creer lo que había visto: su esposa y la suegra eran brujas y volaban.

Mientras las brujas iban a las viviendas del pueblo para chupar a los niños, especialmente a los no bautizados, el muchacho entró a la casa y quemó todo lo que ellas se habían quitado. Después llamó a la policía para prenderlas.

Cuando las brujas regresaron, quisieron ponerse de nuevo sus ojos, pero el joven los había quemado. Fueron apresadas por los agentes. Ante las evidencias, los policías y la gente reunida las quemaron vivas en leña verde.

Este relato fue narrado en otomí por Francisca Alejo Hilario y Araceli Flores Zúñiga lo tradujo al español.

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