"El conejo en la cara de la luna"

Los elegidos se mantuvieron en penitencia cuatro días sobre las dos pirámides que hoy se conocen como del Sol y de la Luna.

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Alfredo López Austin cita una versión de Fray Bernardino de Sahagún del mito mexica que explica la presencia del conejo en la cara de la luna. Se dice que, antes que existiese la luz solar, reunidos los dioses en Teotihuacan se preguntaron quién se haría cargo de iluminar el mundo. Un dios rico, llamado Tecuciztécatl, se ofreció. Los dioses aceptaron, pero deseaban que lo acompañara otra deidad. Para el caso, designaron a Nanahuatzin, un dios pobre y enfermo.

Los elegidos se mantuvieron en penitencia cuatro días sobre las dos pirámides que hoy se conocen como del Sol y de la Luna. Tecuciztécatl llevó como ofrendas plumas preciosas del pájaro quetzal y bolas de filamento de oro para encajar en ellas las espinas de piedras preciosas y coral rojo del autosacrificio. Nanahuatzin, el enfermo, llevó tres manojos de cañas verdes, bolas de heno para encajar las púas hechas con puntas de maguey y untadas con su propia sangre.

Acabada la penitencia, los dos dioses fueron preparados para el sacrificio. Tecuciztécatl fue ataviado con lujosas vestimentas. Las de Nanahuatzin fueron de papel. Se encendió una gran hoguera para cremación de Tecuciztécatl y Nanahuatzin. Después se les ordenó que se pusieran frente al fuego. Los dioses pidieron a Tecuciztécatl que se arrojara primero. Trató de lanzarse a la hoguera cuatro veces pero tuvo miedo al sentir el calor de las llamas. Cuando le tocó a Nanahuatzin, cerró los ojos y se arrojó al fuego al primer intento. El dios rico, arrepentido de su cobardía, siguió a su compañero.

Después de la cremación, los demás dioses se sentaron para esperar el nacimiento del sol. Nanahuatzin salió primero por el oriente con todo su fulgor, convertido en sol. Después salió Tecuciztécatl como luna con la misma intensidad de luz. Los dioses pensaron que no era conveniente que los dos astros tuvieran igual brillo. Uno golpeó con un conejo la cara de Tecuciztécatl. Esto disminuyó su luz y la luna quedó marcada para siempre con la mancha oscura del cuerpo del conejo.

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