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Este mito presenta muchas variaciones. Sin embargo, José Salvador Chávez Ferrusca publicó una versión que parece ser la más frecuente y aceptada. Después de que los dioses del Anáhuac dieron a los hombres toda clase de frutos y les enseñaron la forma de cultivarlos, sintieron que tal acción era insuficiente. Quisieron darles un alimento que les provocara regocijo, los incitara al canto, al baile y despertara sus pasiones.

Ehécatl, el Dios del Viento, se acordó de una diosa agrícola, Mayáhuel, una belleza exquisita de notable inteligencia. Fue a buscarla para pedirle ayuda y consejo. Ella formaba parte de un grupo de vírgenes al cuidado de su abuela Tzitzimitl, experta en artes mágicas. Ésta tenía prohibido a sus pupilas ausentarse sin permiso, bajo amenaza de perder la vida en caso de hacerlo.

Ehécatl llegó al aposento de Mayáhuel cuando todas dormían y la despertó. La condujo a un sitio aislado y le explicó los motivos de su visita. La deidad aceptó colaborar con Ehécatl y se dirigieron al mundo de los humanos. Apenas sus pies se posaron en la tierra, se transformaron en un hermoso y corpulento árbol que se abría en dos grandes ramas: la correspondiente a Ehécatl se convirtió en un sauce precioso y la rama de la doncella, en un árbol con flores.

Cuando la abuela notó la ausencia de Mayáhuel, estalló en cólera. Convocó a las Tzitzime, que eran unas diablesas, para que la ayudaran a localizar a su nieta. Llegaron al mundo y apenas pisaron el suelo cercano al árbol majestuoso, éste se desgajó. Las dos ramas quedaron separadas. La magia de Tzitzimitl le permitió reconocer a Mayáhuel y devolverle su aspecto original. Como estaba furiosa, la destrozó y repartió sus pedazos entre sus acompañantes para que los devoraran.

Cuando las entidades malévolas se marcharon, Ehécatl recobró su antigua forma y recogió los esparcidos huesos de la doncella y los enterró en el campo. De ellos brotaron los magueyes, los cuales, practicándoles incisiones en el tronco, producían un líquido dulce que, fermentado, dio origen al pulque. Así quedó satisfecha la divina intención original de brindar a los humanos un medio para alegrar sus corazones.

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