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Ver a los muertos está prohibido para los vivos. Así lo indica el relato que publicaron Tere Remolina, Becky Rubinstein e Isabel Suárez, quienes recopilaron una versión de este mito en algún lugar de Quintana Roo.

Era un 31 de octubre, cuando al abuelo Francisco, ya viudo, quiso ver las almas de los difuntos que retornaban a las casas donde habían vivido. Escuchó de sus ancestros cómo lograrlo. Por la noche, cuando oyó que Box Ni, su perro, empezó a aullar, pensó que era el momento adecuado; con su paliacate secó las lágrimas que escurrían de los ojos del animal y untó el pañuelo e impregnó los suyos con el líquido. Seguidamente fue a un lado de la choza para observar la calle a través de un agujero en la pared. De pronto vio una fila de luces, como una procesión que entraba al pueblo y luego se dispersaba entre las calles. Eran las almas de los difuntos.

Se oyó una voz del más allá que dijo a las ánimas: “Visiten a sus familiares pero regresen al día siguiente”. Una de ellas, que tenía la apariencia de una figura blanquecina se aproximó hacia la casa del abuelo. Entró y asentó su cirio en la mesa. Dijo que iba a lavar su ropa. Francisco estaba temblando de miedo.

La figura tomó de nuevo el cirio y le dijo al abuelo: “Querías ver las ánimas, aquí estoy”. Era el alma de Clara, su difunta esposa. Luego vio bien la cara de su ex mujer: una mitad tenía facciones con carne y la otra solamente era una calavera. El anciano cayó desmayado. Al despertar, oyó aquella voz del más allá que dijo: “Tienes que pagar este pecado de importunar a los muertos en su visita, te espero en el purgatorio”.

Francisco quedó sin habla. Con señas explicó a sus parientes su horrible experiencia. Ellos comprobaron la veracidad de su relato al ver en la puerta la huella roja de una mano. Era la de Clara cuando empujó para entrar. Francisco tuvo fiebre durante una semana y luego murió. Box Ni aulló los siete días siguientes y luego desapareció del lugar. Solo regresa cada 31 de octubre para aullar cuando ve a sus amos.

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