"La sacralidad del peyote (y 3)"

La princesa tepehuana Dyada se reencontró con su amado al consumir de nuevo el peyote.

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La princesa tepehuana Dyada se reencontró con su amado al consumir de nuevo el peyote. Él le enseñaba una nueva manera de vivir. Una noche, cuando iba a masticar el peyote, escuchó una voz que le indicó no consumir el vegetal pues estaba por acontecer algo muy importante.

Dyada quedó profundamente dormida y al amanecer la despertó el llanto de un niño: su hijo había nacido. El venado estaba ahí lamiendo las manitas del recién llegado y los pájaros saludaban con sus trinos al pequeño, al igual que los demás animales. Un coro de voces misteriosas se filtraba hasta la caverna diciendo: “Tú eres el enviado de nuestro Padre”. El pequeño fue nombrado Cucudurí, que quiere decir venado.

Al crecer el niño aprendió el lenguaje de la naturaleza. Era muy ágil: trepaba a los árboles, subía riscos y barrancas. Se convirtió en un diestro tirador con arco y las flechas que él mismo fabricaba. También era hábil con otras armas.

Un día, Cucudurí se sorprendió al ver a Dyada muy abstraída y ella, para explicarle, le dio a masticar un poco de la planta maravillosa. Entonces él cayó en éxtasis y pudo ponerse en contacto con su padre y éste le transmitió su sabiduría.

Pasados varios años, Cucudurí recibió la encomienda de su progenitor de reunirse con su tribu y otras vecinas. Guiados por el venado, él y Dyada abandonaron aquel maravilloso lugar. Llegaron a la ciudad de Ubamarí, donde residía el monarca de los tepehuanes, quien los recibió con enorme alegría. Cucudurí enseñó todo lo que sabía. Después se dirigió a otras tribus con objeto de formar la que llamaron “Los Nahuales”, la cual se extendió desde Chihuahua hasta Colima formando la Confederación Chimalhuacana.

Las comunidades practicaban la ayuda mutua, cuidar a los necesitados, evitar el asesinato, el robo, la mentira y la infidelidad. Enseñaron sobre la agricultura y las artes, ganándose de este modo el cariño de los pueblos.

Una noche Cucudurí desapareció. Sin embargo los tepehuanes creen que aún vive y muchos dicen haberlo visto. El humilde peyote sigue en el monte y los chamanes saben que es el que abre la puerta al mundo de Cucudurí.

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