El Ahuitzotl

Quien se encuentre con el Ahuitzotl y no sea atacado, significa que morirá pronto.

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Roldán Peniche Barrera y Marcia Trejo Silva publicaron por separado el relato del Ahuitzotl, que forma parte de la mitología mexica. Se dice que este ser es una criatura acuática y se le describe como un perrito casi lampiño de corta pelambre y con orejas puntiagudas.

El cuerpo del Ahuitzotl es negro y escurridizo. Sus zarpas se asemejan a las garras del mapache o a las de un mono. Lo pavoroso es que posee una especie de mano humana en la punta de su larga cola.

El Ahuitzotl habita en una gruta ubicada en la profundidad de los grandes manantiales y es allí donde sumerge a los hombres que caen en su poder. Generalmente embosca a los que van de pesca en el manantial. Los sujeta con la terrible mano de su cola y los hunde.

Este pequeño monstruo evita que alguien intente arrebatarle a su presa batiendo el agua que forma espuma y grandes olas ahuyentando a cualquiera. Quien se encuentre con el Ahuitzotl y no sea atacado, significa que morirá pronto.

A los tres días, un cadáver despojado de sus ojos, dientes y uñas aparecerá flotando en el manantial. Nadie se atreverá a recuperar el cuerpo de la víctima porque saben que las presas del Ahuitzotl son reclamadas por las divinidades de la lluvia y sus enviados son quienes sacan el cadáver del agua. El espíritu de ese difunto se irá al lugar llamado Tlalocan, un equivalente al cielo cristiano.

Los dioses, siempre cuidadosos de guardar el equilibrio, suelen escatimar víctimas al Ahuitzotl. Esa restricción ineludible lo acongoja y rompe a llorar, como lo haría un bebé. Quien advierte ese tierno plañido infiere de inmediato que se trata de un niño abandonado. La persona busca al infante en el agua hasta encontrar su propia muerte.

Fray Bernardino de Sahagún recabó el siguiente relato: una vieja, con insólita facilidad, logró atrapar al Ahuitzotl. Lo ocultó bajo su ropa y cuando llegó a su casa lo introdujo en un jarro lleno de agua.

Una mañana, lo mostró orgullosa a varios sacerdotes que celebraban una reunión. Cuando éstos lo vieron, se espantaron y al mismo tiempo le gritaron a la mujer que había capturado al dios Tláloc. Cada uno de ellos corrió desesperadamente por distinto camino. La mujer intuyó con horror y resignación que aquel infortunado hecho representaba su muerte.

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