La gruta del Negro

Cada 8 de marzo, a quien busca riqueza se le permite entrar, pero...

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Los guardianes de tesoros son siempre temibles. En México se cuenta un relato que, pese a sus variaciones regionales, se repite mucho y en muchas partes. Aquí la versión de Marcia Trejo Silva.
Se dice que en Santa Rosa y San Mateo, arriba de la delegación Alvaro Obregón de la Ciudad de México, en el área de Contreras, hay una cueva que el 8 de marzo de cada año permite la entrada a la persona que vaya en búsqueda de riquezas.

Según el mito, el tesoro allí escondido lo llevó un antiguo personaje al que se le conoció como Pedro el Negro. Pese a haber muerto hace muchos años, Pedro sigue resguardando los bienes que obtuvo como botín, pues fue un activo ladrón en 1864, por el viejo camino a Acapulco. Cuando algún valiente entra a la caverna con la intención de volverse rico, escucha una voz sepulcral que parece venir de todos lados y que le pregunta: “¿Todo o nada?”. El sujeto queda horrorizado.

Quienes han entrado a la cueva y se encontraron con Pedro el Negro dicen que su aspecto es aterrador. Afirman que viste unas ropas negras que complementan su horrible fisonomía. Todos los que osaron entrar huyeron despavoridos. El Negro no es el único peligro del lugar. Quien entra a la cueva pierde la noción del tiempo. Cuando sale de la gruta se entera de que ha sido dado por muerto o desaparecido debido a que ya ha pasado un año y nadie supo más él.

Además, dicen que el subterráneo contiene una enorme cantidad de huesos humanos, que probablemente pertenecieron a las víctimas asesinadas en los asaltos para evitar que delataran a sus atracadores. También puede que sean los restos de aquellos que quisieron llevarse el tesoro pero que murieron en el intento, ya sea por terror o porque Pedro los mató.

Dicen que el tesoro sigue allí porque nadie ha tenido el valor para contestar la pregunta de Pedro el Negro. Pero tampoco existe certeza de que, si el valiente responde adecuadamente la interrogante que hace el Negro, pueda acceder a la fortuna. Quizá sea sólo la trampa que el malévolo fantasma pone a los ambiciosos.

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