Fragilidad financiera (1)

¿Cuántos mexicanos vivirán así, al filo de un abismo financiero?

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Tiene 42 años, mide 1.64 metros, pesa 104 kilos y es el sostén de su familia. Su agente de seguros le trae noticias sobre el seguro de vida que pretende contratar. Primero la buena: la aseguradora está dispuesta a correr el riesgo de asegurar su vida; la mala: su prima será al doble. Mediante un análisis actuarial, la compañía ha llegado a la conclusión de que su obesidad incrementa al doble su probabilidad de morir o sufrir una enfermedad incapacitante y eso se refleja en el costo de su póliza.

“¿Para qué quieres un seguro de vida?”, le pregunté (yo soy el agente que le presentó la dicotomía “una buena, una mala”). “Mi familia y yo vivimos de cheque a cheque”, me contestó, “tan es así que muy seguido, antes que llegue la quincena, estoy subsistiendo apalancado en mis tarjetas de crédito para gasolina, comida, colegiaturas y lo que se ofrezca”. Pausó y luego prosiguió: “Si mañana me muriera, no sé qué haría mi familia; depende de que yo esté presente”.

“Si hoy alguno tuviera una emergencia”, repuse, “¿de dónde sacarías el dinero para hacerle frente?”.

Se quedó pensativo mientras observaba las fotos de su familia en la pared de su oficina. “No lo sé”, contestó. “Supongo que tendría que pedir prestado o vender algo”.
“¿Puedes pagar el seguro al doble?”, le pregunté.

“No sin afectar el estilo de vida de mi familia”, me contestó, agregando casi de inmediato: “Contáctame la próxima semana, dame chance de gestionar un préstamo en la empresa”. Años después sigo esperando.

Mi intención es relatarles el asombro que me produjo darme cuenta de que la aparente solidez financiera de alguien que llevaba años desempeñándose como el contralor general de una empresa regional pendía de un hilo; que fuera del cheque que recibía cada quincena -en contraste con lo que mostraba su estilo de vida- tenía poco; pero lo que más me impactó fue que su situación podría ser fácilmente mi historia y la de millones de mexicanos.

Sé lo que es hacer malabares con tarjetas de crédito para sacar los gastos; también la angustia de no poder liquidarlas a tiempo con el consiguiente “cargo por mora”; subsistir con una dieta de huevo; tener que decirle a la mamá de mi hijo que no sé si el próximo mes podré pagar su guardería; tener que pedir un préstamo… Viéndome, nadie imaginaría lo que acabo de externar (quiero pensar que me veo razonablemente exitoso); he desempeñado buenos trabajos y escribo para un periódico; menos lo sabrían platicando conmigo, pues siendo hermético para estas cosas -hasta ahorita- jamás había admitido fragilidad financiera.

¿Cuántos mexicanos vivirán así, al filo de un abismo financiero?

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