"Llegó nadando"

Hoy hace dos años estaba sumergido en una tina con agua tibia; con una mujer maravillosa, a quien años atrás conocí en una alberca, a punto de vivir uno de los acontecimientos más determinantes.

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Hoy hace dos años estaba sumergido en una tina con agua tibia; con una mujer maravillosa, a quien años atrás conocí en una alberca, a punto de vivir uno de los acontecimientos más determinantes. A la 1:05 de la tarde se asomó. Llegó nadando, nació en el agua. Por varios minutos no pude apartar la mirada de su diminuto cuerpo; después de nueve meses, por fin pude verlo y tocarlo; bastó un instante para convertirme en papá. Cuando vi a mi hijo por primera vez, algo cambió en mí, como si su nacimiento fuera también mío. Un pasaje a otra dimensión, donde en un instante puedes amar a otra persona incondicionalmente sólo porque sí. Es increíble cómo algo que ha sucedido millones de veces en la historia de la humanidad te puede hacer sentir tan especial.

La primera vez que lo tuve en mis brazos la felicidad fue inmensa; aunque con un poco de temor: tras su llegada, por instrucciones del pediatra, lo cargué del quirófano al cuarto de pesaje y no sabía si, al recorrer ese pequeño tramo con un cuerpecito frágil, lo haría bien. De buenas a primeras me cayó el veinte: “Soy, papá. Esto es el comienzo de una gran aventura”.

Hoy dos años después, mamá, papá, hijo hemos vivido eventos que se repiten en millones de familias, pero que para cada una son únicos: la primera noche solos con el bebé; acercarte a su cuna para ver si está respirando; pronosticar hasta cuándo le quedará su ropa y calzado; ver el ritmo alarmante al cual disminuye el inventario de pañales; sus primeros pasos, primeras palabras, su primer “papá”. Viendo crecer a mi hijo no puedo dejar de pensar en que soy un eslabón en una muy larga cadena de padres e hijos, la cual extendí. Ver a mi hijo es evidencia de que soy parte de algo más grande.

Abrazar a un hijo, percibir su olor, puede enchinar la piel o generar un ligero ofuscamiento, no muy diferente a aquellas sensaciones de las fases más inocentes del primer amor. Nuestros hijos en ocasiones nos buscarán cuando se sientan angustiados o en apuros. A la voz de papá o mamá, nos llamarán a sus lados y nosotros nos sentiremos, no sólo amados, sino también necesitados; parte importante de sus vidas.
Hace dos años mi hijo llegó nadando, pero no sólo él llegó así; la realidad es que en algún momento cada uno de nosotros -entre millones- fuimos el nadador más rápido; aquí estamos y eso hay que celebrarlo.

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