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Todo acontecimiento que nos genera alegría y satisfacción lleva aparejada una inolvidable celebración, tal como lo fue el acontecimiento al que asistí el fin de semana próximo pasado. Dicho suceso fue con motivo de la conclusión de un curso escolar, del cual egresarían 150 estudiantes, cuyas edades oscilan entre 17 y 19 años. Ese día fuimos invitados para que a partir de las 21 horas hiciéramos acto de presencia en un local en el que les sería entregado a los recién egresados su honroso título como graduados.

El inicio del acontecimiento fue en el marco del protocolo académico, es decir con la entrega de los reconocimientos respectivos, actividad que concluyó alrededor de las 23 horas.

Después del protocolo se dio paso a las actividades propias de la edad de los jóvenes festejados, esto es, se inició la música y los animadores dieron la pauta para que los asistentes bailaran al ritmo de las percusiones.

Todo era perfecto, se notaba el orgullo de los presentes, se veía en sus caras, se sentía en la diversidad de olores de perfume, pero sobre todo se dejaba ver en las vestimentas que ese día usaron los asistentes, que seguramente llevaron lo mejor de su guardarropa.

No había mayor perfección en una fiesta que aquella que cualquiera que tuviera vista pudiera ver: mesas debidamente adornadas, platillos servidos con el mejor sabor; en fin, lo mejor de lo mejor.

Todo lo hasta ahora descrito fue perfección, como deben ser las cosas; los asistentes lograron encajar perfectamente, los graduados tuvieron la oportunidad de disfrutar el resultado de su esfuerzo y los invitados vivir enorme emoción.

Pero lo que sucedió a partir del momento que terminan de ser ingeridos los alimentos es el contexto del título de este trabajo: el festín que pudo observarse rebasó los excesos, aquellos 150 graduados fueron cayendo poco a poco hasta quedar en pie a las cuatro de la mañana sólo 12. El resto ya estaba bajo los influjos de la celebración, muy lejos quedaron las mejores cosas que llegaron a la fiesta, ya que al final sólo se podía ver conductas muy ajenas a lo mejor que puede mostrar un joven en proceso de formación.

En un enemigo silencioso se ha convertido el frenesí de los jóvenes, pocos de los asistentes a esa celebración prestaron atención a los sucesos acaecidos a los muchachos vulnerables, quienes perdieron el control de sus emociones.

Reflexión: ¿ese es el camino que se decidió trazar para quienes tendrán la responsabilidad de cargar con nosotros en el futuro cercano o la forma en la que se ven esas cosas ha sido superada por nuevas modas que nosotros los adultos no entendemos?

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