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Los seres humanos somos capaces de reconocer valores universales tales como la vida, la honestidad, el bienestar, el trabajo o el respeto, ya que son inherentes a nuestra condición; tan es así que prácticamente no necesitamos de ninguna educación para saber que no es correcto arrebatar la vida de otro, que tomar lo que no es de uno es robar, que no debemos hacerle ningún daño o herir a quienes nos rodean, que para procurar nuestro bien se necesita trabajar, pues las cosas no caen del cielo, y que debemos tratar a los demás del modo que nos gustaría ser tratados.

En otras palabras, podríamos decir que dichos valores están como tatuados en el alma de los humanos y que son comunes a todos los habitantes del planeta independientemente de en dónde se desarrolle o a qué cultura pertenezca.

Existen otra clase de valores como los morales, cívicos, religiosos, culturales o económicos que variarán de acuerdo a la persona, ya que estos se transmiten generalmente de padres a hijos, y es en cada una de las familias en donde se aprende cómo jerarquizarlos.

Para algunas familias los valores vitales encuentran preponderancia sobre todos los demás, en otras, los valores culturales, para otras tal vez sean los morales, mientras que en otras los religiosos o el sentido de trascendencia ocupa el primer lugar.

Los valores más conocidos como el amor, la responsabilidad, la fidelidad, la lealtad, la disciplina, la justicia, la honestidad, la beneficencia, la paciencia, la prudencia, la alegría, el optimismo, la solidaridad, la subsidiariedad, la benedicencia, la perseverancia, la templanza, la fortaleza, la paz, la comunicación, el respeto, la humildad, la caridad, la entrega, la puntualidad y un largo etcétera de valores forman un catálogo del que muchos quisiéramos tener en nuestro haber, muchos de ellos en acto; sin embargo, cada uno es una conquista que solo se logra con tenacidad y esfuerzo, con ganas y voluntad para practicarlos.

Con padres resueltos a educar en valores se logra en parte, sin embargo tiene mucho que ver la forma para que estos se aprendan para siempre.

Todos desde la niñez hemos recibido los mensajes verbales y no verbales de nuestros padres, familiares o educadores, sobre lo que es correcto o incorrecto, en la familia, la escuela, la iglesia, etc., de tal modo que tenemos que tener en cuenta que las acciones gritan más fuerte que las palabras.

Se educa en un contrasentido o en antivalores cuando confundimos a los hijos con nuestros actos ambivalentes que lo que consiguen es dañar sus estructuras éticas, como cuando se les dice que no mientan y sin el menor reparo se les pide que lo hagan para justificar alguna acción, o que no roben y los inducimos a tomar algo ajeno por mínimo que sea con cualquier pretexto.

Si nos dejamos seducir por las modas, la corriente cultural en turno, las ideologías que pululan e intentan modificar o ajustar los valores en los procesos de socialización de nuestra familia, estaremos abriéndole las puertas al escepticismo, al relativismo, al subjetivismo, al hedonismo, al consumismo o al pragmatismo.

Nuestro principal patrimonio serán nuestros valores, el mejor legado que podemos darle a nuestros hijos es que puedan establecer un orden entre los valores que determinan sus vidas, ya que ello dará pie a que puedan construir una mejor sociedad.

¿Cómo vivimos los valores en familia? Cuando hay congruencia, pues el único modo que da resultado para transmitirlos eficazmente. Dicho de otro modo es cuando nuestro actuar se ajusta a nuestro pensar y a nuestro decir, no hay otra forma.

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