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Es común escuchar en los tiempos actuales que reina la apatía entre los jóvenes, que no se quieren comprometer por nada y con nadie y que huyen del sacrificio; sin embargo, tenemos la teoría de que tan sólo les falta motivación porque cuando encuentran interés en lo que se les presenta, nada los detiene.

Quizá a los mayores nos esté faltando compartir la enorme satisfacción y alegría que uno siente al dar, no hemos sabido transmitir que dándose uno mismo uno recibe mucho más.

Hay personas que piensan que si no tienen recursos económicos suficientes no pueden ayudar al prójimo, se tiene una idea errónea de que para dar sólo cuenta el dinero y si éste no se tiene o escasea no hay forma de apoyar y ello está en realidad muy alejado de la verdad.

Todos, sin excepción, contamos con algo que puede servir a otros, pero para ello es menester conocernos, saber con qué dones contamos ya que nos han sido dados para cumplir una misión en esta vida.

¿Cómo podríamos conocer nuestra misión? No es tan difícil como se piensa, basta mirar a nuestro entorno y hacernos unas cuantas preguntas.

¿En dónde estás? ¿Dónde vives? ¿Cuáles son tus circunstancias? ¿Qué te gusta hacer? ¿Qué haces bien y mejor?

Por lo pronto podemos responder algo común, estamos en pleno siglo XXI, en 2018, somos mexicanos, vivimos en Yucatán y cada quien en una familia concreta, nos desarrollamos en algún medio particular y si estamos allí, es porque allí mismo tenemos nuestra misión. Voltea a ver…

¿Has visto lo que sucede a tu alrededor? ¿Te gusta lo que pasa? ¿Puedes hacer un diagnóstico? ¿Y luego? ¿Eres actor o sólo espectador? Si vemos cosas que no nos gustan y sólo nos quejamos no cambiaremos nada.

Si omitimos participar en las decisiones importantes de nuestra sociedad seremos responsables de lo que suceda y este año en particular hay mucho en juego con las elecciones del 2018 y si somos católicos estamos llamados a actuar en consecuencia y en conciencia.

Podríamos decir que cuando algo se mueve en nuestro interior es la voz de Dios que nos dice ¡actúa, necesito tu voz, tus manos y tus pies! Pero si sólo nos duele y acallamos esa voz interior estaremos perdiendo una gran oportunidad.

Para darse, cuenta también nuestro tiempo, poner al servicio de los demás nuestros dones, prestar oídos al que necesita ser escuchado, regalar una sonrisa a quien tiene un corazón amargo, acompañar a quien está solo, dar un consejo a quien lo pida, en fin, sobran las formas de hacerlo.

Algunos podríamos pensar que quienes no matamos, no robamos, no le hacemos daño intencionado a nadie, no somos infieles nos podríamos etiquetar de “buenos” pero que ilusos seríamos, ya que tan sólo pareceríamos buenos porque para serlo de verdad hay que hacer mucho más que eso.

Esta Semana Santa muchos jóvenes, adultos y familias decidieron dar un sí más comprometido dejando la comodidad de sus hogares para compartir con otros la alegría del Evangelio viendo en ello una oportunidad de darse a los demás.

Si esta experiencia no está entre nuestras opciones, siempre se puede ofrecer algo que esté a nuestro alcance, lo primero sería descubrir nuestros talentos y después compartirlos con los más cercanos. 

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