|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

A Joaquín Tamayo, por su amistad y sus enseñanzas

Primero colgó el traje color perla, luego su extravagante corbata. El momento había llegado y lo sabía con certeza, ya que antes de morir lo había conseguido: dinamitó la novela y la literatura contemporánea. Era todo un hombre, un maestro del universo, uno de esos tipos que tenían lo que hay que tener. Así era Tom Wolfe (Virginia, 1930) hasta ese típico martes neoyorquino del 15 de mayo, cuando el periodista y escritor -que no respetaba nada- lo cambió todo y expiró a los 88 años víctima de una neumonía.

Corría el año 2005 cuando Tamayo se presentó a clases con un fardo de fotocopias. Era el prólogo de El nuevo periodismo (1973), cuya lectura no sólo me introdujo al autor, sino que cambiaría mi forma de concebir el oficio al lograr que, por fin, mis aspiraciones literarias coincidieran con los incipientes esfuerzos periodísticos que pergeñaba por aquel entonces. Gracias a Tom Wolfe me di cuenta de que no tenía que ser o reportero o escritor: podía ser ambos. El libro era un manual, una guía con los rudimentos necesarios para aprender cómo. Y es que, al igual que tantos otros como Rex Reed, Terry Southern y Hunter Thompson, el lado creativo del periodista pugnaba por salir en la década de los sesenta.

-¿Por qué no utilizar la técnica literaria de la novela para contar una historia, una crónica o un reportaje? -parecía decirnos el esbelto Tom.

Dio una magistral lección de ello en 1968, cuando publicó “Ponche de ácido lisérgico”, una crónica desenfadada y rigurosa del movimiento hippie-psicodélico en manos de Los alegres bromistas, comandados por el gurú psiconáutico Ken Kesey y con el viejo beatnik Neal Cassady al volante. A partir de ahí todo cambió. Los reyes novelistas habían sido destronados, pues la literatura de no ficción había nacido…

¿Cómo un periodista podía constituirse en un narrador omnisciente y a la vez subjetivo? ¿Cómo podía saber qué pasaba por la mente de sus protagonistas si éstos no eran seres ficticios sino reales? Las herramientas siempre habían estado ahí. La entrevista, la crónica, el reportaje y la investigación con un singular giro: el punto de vista. El reportero como narrador y testigo de los hechos que nos contaba las cosas no con la farragosa sucesión de datos y cifras de la pirámide invertida, sino como una historia tan deliciosa como la realidad misma.

Lo más leído

skeleton





skeleton