"Sobre los diarios de viaje"

No pocos son los ejemplos en la historia de la literatura, ya que las memorias de un escritor en situación de exilio, estancia o traslado también son un género propio.

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Anteriormente me referí a los diarios o crónicas de viaje, mencionando el “síndrome del viajero” (también llamado síndrome de Florencia o de Stendhal), para ejemplificar la psique o condición mental en la que uno entra al desplazarse de un lugar a otro en busca de emociones o experiencias estéticas. Otro resultado de este movimiento, mucho más benévolo que dicho malestar psicosomático, es aquel que dispara las energías creativas en pos de plasmar dichas visicitudes ya sea mediante fotografías, pinturas o, como en este caso, en una bitácora del viajero.

No pocos son los ejemplos en la historia de la literatura, ya que las memorias de un escritor en situación de exilio, estancia o traslado también son un género propio. Después de todo, quién no ha leído u oído de los viajes de Marco Polo, o de los relatos londinenses de Charles Dickens, o del viaje sentimental por Francia e Italia del británico Laurence Sterne, o de los febriles y enloquecidos diarios del ron de Hunther Thompson, o del viaje a la Patagonia de Bruce Chatwin, entre tantos otros que han dejado constancia de sus periplos vitales o literarios.

No obstante, aunque este género es de tradición realista por lo regular, también existen diarios de viaje inscritos en el terreno de la ficción. Tan sólo por mencionar algunos, ahí tenemos ese compendio de cuentos titulado Crónicas marcianas, que da cuenta de la enorme imaginación de Ray Bradbury al contarnos paso a paso la colonización del planeta vecino, o las propias aventuras de Simbad el marino, insertas en ese prodigio de la fantasía escrita llamado Las mil y una noches, de autoría anónima.

Además, el viaje, los diarios y las bitácoras también han servido como recurso literario para contar de manera realista una situación fantástica, dotándola de una verosimilitud capaz de poner en pausa nuestra natural incredulidad. De tal herramienta narrativa se han valido no pocos autores, como Julio Verne, Edgar Allan Poe, H.P. Lovecraft, Theodore Sturgeon e Isaac Asimov.

Como vemos, las vacaciones o el turismo bien pueden estimular ese resorte que impulse la creatividad o la invención, ya sea en tono realista o ficticio, pues en las manos adecuadas un simple diario sin interés alguno puede convertirse en una pieza de orfebrería literaria, en especial si la pluma tiene esa tinta indeleble que sólo el oficio de un escritor puede legar a la posteridad…

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