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La semana pasada fuimos testigos de un par de cosas que pintan de cuerpo completo al candidato Andrés Manuel López Obrador: su toma de protesta como aspirante presidencial del Partido Encuentro Social y la lista de candidatos al Senado que presentó Morena. En la primera, dejándose llevar por la luz de las velas, el olor del incienso y demás parafernalia litúrgica, con que, sin duda, se sintió identificado, pudo mostrar su faceta religiosa, que había mantenido convenientemente encubierta para sus seguidores de la izquierda. La lista de candidatos plurinominales deja en claro con qué personajes estableció compromisos ineludibles.

Hugo Flores, presidente del PES, justificó la entonación de un himno religioso en la ceremonia protocolaria, diciéndole: “Para nosotros tú eres Caleb, que se dispone a tomar la tierra prometida”. Empero, lo más destacable fue el discurso del presidenciable que, tras reivindicar al cristianismo, ofreció establecer una “Constitución Moral” para regular, se entiende, el comportamiento de los individuos no sólo en relación con sus deberes cívicos, sino para que todos y cada uno de sus actos, pensamientos y deseos se ajusten estrictamente a la moral del régimen.
Tomando en serio su discurso, López Obrador se pronunció a favor de un régimen totalitario que aglutine tanto el poder terrenal como el moral, como el Leviatán de Tomás Hobbes, lo que, al situarnos en la discusión que originó la concepción moderna del derecho, separandolo de la moral, nos invita a una regresión medieval para reivindicar la supremacía del poder religioso sobre el poder civil; contradiciendo al mismo tiempo el desarrollo histórico, el pensamiento juarista y las bases mismas del Estado de Derecho.

Que AMLO aspire fervientemente a ejercer el poder absoluto no resulta, para nada, una novedad; lo fascinante es el desparpajo con que lo anuncia, pues resulta un síntoma inequívoco de que ha perdido por completo su capacidad de autodominio y que su equipo es, ahora, incapaz de hacerle entrar en razón.

La prueba es que ha incluido entre sus candidatos al Senado, además de personajes de dudosa reputación tanto del PAN como del PRI, a por lo menos los impresentables: Napoleón Gómez Urrutia, que se autoexilió en 2006 a Canadá tras haber sido acusado de robarle 55 millones de dólares a los trabajadores mineros; al rufián Felix Salgado Macedonio y a la ex “comandante de policías comunitarias” Nestora Salgado. Tanto Nestora Salgado como Napoleón Gómez son inelegibles pues, acusados de varios delitos, hace tiempo que no viven en el país, además de que aquél obtuvo la ciudadanía canadiense.

De una cosa estoy seguro: a AMLO nunca le fue conferida la facultad de perdonar los pecados y mucho menos de violar la ley, aunque así lo asuma.

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