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Si consideramos que la luna de miel de Peña Nieto con los medios duró dos años y que al final del sexenio su aceptación es muy baja, ¿qué podemos esperar que pase con la del presidente electo cuando, sin haber tomado posesión, comienza ya a recibir críticas generalizadas, como cuando habló, metafóricamente supongo, de la bancarrota del país?

Y conste que no me refiero aquí ni a la eficiencia o no de su gobierno ni a la certeza o no de sus decisiones, sobre todo cuando ha creado expectativas enormes que difícilmente, así lo reconoció, se habrán de cumplir por las limitaciones presupuestales, que consideró sinónimo de bancarrota. Porque en la política, como en el arte, hay procedimientos y recomendaciones que se deben seguir, independientemente de la naturaleza, por decirlo así, del gobierno y de la personalidad de su titular. Resulta insoslayable considerar que el ejercicio del poder desgasta.

Y para contrarrestar este efecto no basta ni con nombrar un “vocero” que se encargue de explicar, como con Fox, lo que quiso decir, ni el apoyo de los creadores de opinión que lo ayudaron a llegar. Puesto que López Obrador lo sabe, es más fácil, aquí y ahora, atacar al gobierno que defenderlo. Para Morena han pasado ya los tiempos de oposición, pues se ha convertido en gobierno, ése al que la idiosincrasia de nuestra gente la echa la culpa de todos sus males.

Y aunque la intención de Andrés Manuel pueda parecer plausible, incluso ejemplar, como la de realizar giras para agradecerle a la gente su voto, el resultado no será igual al que obtuvo durante su campaña, como sucedió en el mitin donde la gente comenzó a exigirle cada vez más cosas y, sincerándose, respondió que no podrá hacer todo lo que le piden. Ahí pudo darse cuenta de que, más que sabio, el pueblo es insaciable.

De la misma manera que hay que buscar un justo medio en la exposición a los medios, hay que encontrar un equilibrio en el contacto con la gente. En otras palabras, hay que tener cuidado con lo que se expresa ante los medios y hay que dejar de abrumar a los electores consultándoles todo, evitando caer en los excesos del boletín de prensa, o realizar acciones completamente opuestas a sus aspiraciones.

Hay instrumentos, como las encuestas y los grupos de enfoque, que le permiten a los gobernantes, en sociedades cada vez más complejas, conocer lo que opina la gente; lo que quiere, lo que definitivamente no quiere y lo que le resulta indiferente, como la construcción del nuevo aeropuerto, por ejemplo.

No todo el tiempo se les puede complacer a todos; gobernar conlleva correr el riesgo de tomar decisiones que luego podrán ser evaluadas, favorable o desfavorablemente, por las generaciones futuras. Muchas veces los gobernantes deben hacer cosas impopulares.

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