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Suena el reloj, son las seis de la mañana y se inicia la rutina del día, los preparativos para la salida son de una velocidad increíble, de no ser así, no alcanzaría el autobús que me llevará al otro punto en el que transbordo para llegar a mi centro laboral

Como todos los días, ya el caos vial es normal, el abcd diario es como siempre, el insulto mañanero al camionero por no estacionarse en el lugar correcto para subir pasajeros, el empujón a la persona de la tercera edad por tanta gente que hay a bordo, la competencia vial entre autobuses, el listo que se avienta al lugar vacío para sentarse sin importar quiénes se encuentran de pie.

Por fin se avizora el punto de transbordo, el tiempo exacto para correr y lograr alcanzar la salida de ese autobús, cosa fácil: veinte metros entre autobús y autobús; rotundo éxito, el arribo a las oficinas laborales está dentro del famoso margen de tolerancia, 8:15; ya dentro del centro laboral las cosas no salen de rutina, los problemas personales llegan junto con todos y cada uno de los compañeros de trabajo, la actividad profesional se desarrolla con normalidad, todos mecánicamente se enfocan en lo suyo entre comentario y comentario y así se acaban las horas laborares, para que en punto de las 15:45 la cola del reloj checador alcance otro record, todos puntualmente formados.

Termina el horario laboral, hora de regresar por donde vinimos; haciendo un palomeo de cosas que suceden, parece que marcha todo sobre ruedas: el insulto vespertino al camionero, el insolente que le falta al respeto a otro pasajero, la lucha por lograr el transbordo y el arribo al dulce hogar cargando, por supuesto como devolución, la gran cantidad de cosas laborales que dejamos pendientes para el día siguiente.

Sin duda, la descripción encuentra a más de una persona que se mimetiza en esta rutina, eso en ningún sentido es nada fuera de lo común; lo verdaderamente fuera de lo común es aquella persona que logra romper paradigmas y sale de la rutina social.

De alguna manera nos vamos adaptando a rutinas, mecanizando actividades y eso nos lleva a olvidar que somos seres humanos moldeables; engancharse a un patrón de rutina no tiene efectos inmediatos, éstos surgen con el paso del tiempo; cuando te das cuenta que lo que haces es parte de una rutina no debe ser dañino cuando te encuentras satisfecho.

Fuera de la cotidianidad el ser humano olvida que su fin es ser feliz; permitirse hacer las mismas cosas sin buscar sentido en ellas se convierte en el abono perfecto para la frustración; eso en nada contribuye a una buena convivencia familiar y mucho menos social.

La reflexión: ¿la rutina social se podría convertir en un ingrediente destructivo para la sociedad o simplemente es parte de la vida?

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