Muertos en vida

Hace un par de días apenas se celebró en México el día de muertos.

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Hace un par de días apenas se celebró en México el día de muertos, antiquísima tradición anterior a la llegada de los españoles, en la cual se han fusionado el día de los fieles difuntos del catolicismo llegado de España y la creencia indígena de un momento del año en el que los muertos nos vienen a visitar desde el más allá; ambas ideas hallaron su plena comunión el 1 y 2 de noviembre y así las dos culturas han sellado un punto de encuentro que se distingue entre sus múltiples y evidentes diferencias; la existencia de una vida posterior a la actual y el amor por quienes se nos han adelantado acabaron siendo factor de unión.

He de confesar que siendo muy joven la celebración no despertaba en mí la fascinación que veía en mis mayores; ahora siento un profundo afecto por ella. Tal vez en aquellos momentos nadie de mi círculo más cercano había partido al otro mundo; probablemente el exceso de juventud de entonces me hacía ver muy lejana la hora de mi muerte; como todo joven pensaba que moriría de viejo, después de una larga vida; desgraciadamente ésta no es la realidad para todos nosotros. Los años me han hecho evidente que ahora estamos y en tan sólo algunos minutos podemos habernos ido; la manera en la que el amor de los vivos y muertos trasciende a través de las puertas de la muerte por medio de esta celebración es conmovedora.

Hace apenas unos meses mi madre partió de este mundo, por lo que este año es el primero de ella en el altar de muertos, pero, si he de ser sincero, no esperaba especialmente estas fechas, porque yo no extraño a mi madre, no lo hago por el simple hecho de que no siento que se haya ido; no he requerido de una fecha para recordarla, porque la siento junto a mí, cada vez que antes de salir de mi casa me bebo un vaso de agua, como era su instrucción desde mis primeros años, o en toda ocasión en la que tengo oportunidad de exclamar: ¡Hay cada gente!, como ella lo hacía ante algunas circunstancias de la vida. No, evidentemente, mi madre no se ha ido, sigue aquí presente en miles de detalles cotidianos y seguramente seguirá aquí conmigo mientras Dios me permita vivir, porque su amor, pensamientos y vida aún se entrecruzan con mis pasos diarios.

Por desgracia no son pocos los seres humanos que caminan por este mundo muertos en vida, algunos comen, duermen, se trasladan, trabajan y, a pesar de todo, sólo falta que alguien cierre sobre ellos la tapa del cajón de muerto en que han encerrado su existencia.

Una existencia, que no vida, limitada casi en su totalidad por la insensata decisión propia de transitar por las horas que tenga en este mundo encerrados en su propio ataúd, regodeándose en sí mismos, atentos a su propio yo, dedicados a la doctrina que asegura, primero yo, después yo y de último yo, absortos en amarse tanto a uno mismos que se acaban olvidando de amar a los demás; reduciendo la vida a su autosatisfacción acaban cortando toda comunicación con los demás, derruyendo los puentes de encuentro con quienes nos rodean, ya sea esposo, familia, hijos hermanos, amigos o vecinos.

Muertos en vida a los que nadie recordará, extrañará y probablemente a nadie le harán falta, sobre todo cuando, por propia decisión, han dejado de formar parte de la vida de quienes comparten con ellos este mundo.

Muerta en vida están aquella madre o aquel padre que deciden abandonar a sus hijos recién nacidos y nunca volver a verlos; muertos están quienes permanentemente, persiguiendo su propio placer, lo buscan lejos de la pareja que los ama; muertos son quienes, persiguiendo el éxito en el trabajo, ascienden por sobre la humanidad y los sentimientos de sus compañeros; cadáveres ambulantes y putrefactos serán quienes, en aras de dinero y de poder, los alcancen fomentando el vicio ajeno, corrompiendo los cuerpos y las almas con cualquier adicción que, por sobre la miseria ajena, les permita construir un mundo de riqueza, lujo y poder, para encerrar ahí su mísera vida.

En verdad existen muchas maneras de estar muertos aunque respiremos y muchas otras de estar vivos aunque ya no lo hagamos; es en nuestras manos y en ningunas otras en donde se encuentra la posibilidad de permanecer vivos o perdernos en el olvido después de dejar de respirar. No sé qué es lo que vaya a suceder con mi vida, pero tengo la seguridad de que mi madre permanecerá junto a mí, hasta que un día de éstos pueda por fin verla cara a cara y abrazarla de nuevo.

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