Maestros de vida

Tengo una especial predilección por aquellas profesiones que trabajan con lo más valioso que existe: el ser humano

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Existen una gran variedad de profesiones, cada una con sus particularidades, todas ellas enriquecedoras del espíritu humano en la medida que a través del esfuerzo y la dedicación permiten el desarrollo pleno de sus facultades; el trabajo contribuye a nuestra plena humanización al demandar el esfuerzo, la dedicación y la puesta en práctica de todas nuestras capacidades.

Aun reconociendo la dignidad de todo trabajo, tengo una especial predilección por aquellas profesiones que trabajan con lo más valioso que existe: el ser humano, por ello siento un afecto mayor por la labor de los maestros, quienes contribuyen formando a los seres humanos desde sus primeros años, dedicando su vida a desarrollar en sus alumnos todas aquellas habilidades, actitudes y valores que les permitirán un desarrollo pleno en la sociedad, generando un beneficio tanto para ellos como para la colectividad.

La labor humanizadora de los maestros hoy se ve contrariada desde muy diversos frentes; la sociedad de consumo que dicta la acumulación constante de satisfactores materiales como medida de éxito personal propicia una educación que responda a sus intereses, siendo el principal privilegiar lo utilitario, induciendo una educación destinada a incrementar la producción y el consumo como manera de aceitar y hacer eficiente una estructura social que tiene su razón de ser en el consumo, lo que acaba generando un reduccionismo infame, que pretende equiparar educación con una preparación de habilidades tecnológicas y científicas dedicadas a capacitar mano de obra para los diversos niveles empresariales.

La muy extendida visión de que un sistema educativo debe estar enfocado a generar seres humanos capacitados para producir es un desafío importante para todos aquellos maestros de vida que entienden perfectamente que la educación tiene como razón principal de su existencia contribuir al desarrollo armónico de todas las capacidades humanas del estudiante, permitiéndole de hecho ser cada vez más plenamente humano, ensanchando todas las posibilidades del espíritu humano y no sólo aquellas relativas a la producción.

El maestro ha de preocuparse no sólo por que los conocimientos y habilidades sean aplicados con eficiencia, sino que fundamentalmente sean utilizados adecuadamente. La capacitación, certificación o posesión de un título profesional no significa por desgracia que todo ese conocimiento vaya a ser utilizado para el bien; la posesión de un título no garantiza la bondad del alma de quien lo posea. Son los maestros como formadores los llamados a inculcar en la mente y el alma de sus alumnos la importancia de actuar con integridad, honestidad y justicia. Por fortuna en este mundo posmoderno en donde pareciera que todo vale, que todo es permitido, existen verdaderos maestros de vida, comprometidos con su profesión, verdaderos apóstoles de la humanidad que entregan lo mejor de sí mismos cada año, cada día y cada hora de su vida.

Con cariño recuerdo a aquel maestro que el primer día de clases nos aseguraba que su misión no era el que termináramos el año con pleno dominio de su asignatura, sino que, a través del aprendizaje de lo que nos correspondía estudiar con él, saliéramos al final del año siendo mejores seres humanos que cuando habíamos llegado, asegurando que esa era la verdadera razón de ser de un maestro: la formación de seres humanos plenos, dignos y esforzados en ser un poco mejores cada día.

Era muy interesante ver cómo aquel maestro era quien mejores resultados obtenía en el aprendizaje de sus alumnos y la razón era muy sencilla: los discípulos podían ver en él a quien legítimamente se encontraba interesado en ellos, más que en el aprendizaje de una asignatura, alguien para quien el bienestar y el desarrollo de esos seres humanos que acudían al salón de clases era la razón de sus esfuerzos y su dedicación al trabajo; por supuesto todos los alumnos se sentían comprometidos con quien tan generosa y desinteresadamente comprometía todo su esfuerzo por el bienestar de estos jóvenes.

Dicen que amor con amor se paga, situación que se hacía patente en ese salón de clases, donde un maestro entregaba generosamente su esfuerzo y comprometía todo su trabajo y voluntad en una entrega amorosa por sus alumnos, cosa que también robaba el corazón a los jóvenes, quienes correspondían de la misma forma. ¡Que Dios bendiga a todos los generosos maestros de vida!

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