Nadie ama más

Entreguemos nuestras vidas al servicio de los demás tal como lo hizo Jesucristo.

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En esta Semana Santa he recordado aquella frase de la Biblia que dice que nadie tiene un amor mayor que aquel que da la vida por sus amigos, dicho por la propia boca de Jesucristo e inmediatamente después de haber dado el famoso mandamiento del amor: “Amense los unos a los otros como yo los he amado”, señalando la manera en la que se debe poner en práctica el nuevo orden humano, que Jesucristo llevó a su cumplimiento ofreciendo su vida en la cruz por todos y cada uno de nosotros.

Cientos de millones de cristianos conmemoran en estos días la maravilla del amor de Dios, el haber entregado su vida por amor al género humano; innumerables veces Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó el camino para amar en plenitud a quienes nos rodean; evitando toda duda acerca de cuánto o cómo se habría de amar al prójimo, Jesucristo señala que para amar al otro se ha de llegar incluso a dar la vida por él. ¿Qué significado pueden tener estas palabras en la vida de los cristianos de hoy?

El ser humano se ve en ocasiones en circunstancias tan extremas que literalmente acaba ofreciendo su vida por amor, así recuerdo el caso de un joven que, bajándose de su motocicleta, entró a un edificio en llamas para rescatar a unos niños que se encontraban adentro; su muerte la ofreció por amor a quienes en realidad no conocía.

Caso similar el del pasajero de un avión que cayó en pleno invierno en el Potomac, en la ciudad de Washington; estando en las gélidas aguas recibió en cuatro o cinco ocasiones un chaleco salvavidas atado a una cuerda que personas desde un puente le habían arrojado, en todas las ocasiones de inmediato se los colocaba a mujeres, niños y algún anciano que lo rodeaban; en esas frías aguas ofreció su último aliento, cierto de que por amor al otro había que entregar hasta la vida.

Para centenares de millones de cristianos y también no cristianos, la vida no llega a exigir pruebas tan dramáticas de amor al prójimo, más bien nuestra misión es ir desgastando nuestra vida día a día y hora a hora a través de extensos años en el servicio y amor a quienes nos rodean; ninguna de las dos entregas es menor o mayor que la otra, una es breve, intensa y dramática y la otra es larga, perseverante y humilde, porque para amar no hay diferencia en entregar toda la vida en un instante u ofrecerla poco a poco a través de los miles de días de nuestra existencia.

Una vida entregada a la familia, los hijos o la esposa es tan valiosa como la vida entregada en un momento trágico por la salvación del otro.

Padres que con amor reciben la existencia de sus hijos, pasan noches y noches al lado de la cuna o cama de su hijo enfermo, sufriendo en propia carne la enfermedad que al motivo de su amor tiene postrado; noches en vela preocupados por el trabajo tan necesario para mantenerlos; papás que calladamente sufren toda clase de humillaciones en el trabajo con tal de llevar el pan a la mesa de la casa; mamás que prefieren dejar de comer con tal de que hoy su hijo pueda tener unas cuantas galletas más; años de papá y mamá usando la misma ropa, sin salir de paseo o viajes, sin momentos para ellos como pareja, en algunos casos con reproches, descalificaciones y condenas de hijos adolescentes que no han comprendido la entrega de sus padres.

Hombres y mujeres que entregan su vida al matrimonio dejando lo mejor de sí mismos cada día para bien del otro, brindando todas las horas de su vida, estando uno junto al otro en las alegrías y tristezas, compartiendo los días de salud y enfermedad, emocionados y esperanzados por vivir en una comunidad de perfeccionamiento mutuo, asumiendo las diferencias, perdonando las imperfecciones, defectos y errores, aunque en ello se desgarre en ocasiones el corazón, pero absolutamente comprometidos en el amor al otro.

De la misma manera entregan su vida a los demás el sacerdote o religiosa dedicados a los fieles, el médico o el maestro que toda su vida la dan al servicio de su profesión, millones de seres humanos que ofrecen lentamente su vida a los demás y eso no es menos maravilloso que ofrendarla en un instante.

La vida se acaba y al final llegará la muerte como llegó la de Jesucristo en la cruz; entreguemos nuestras vidas al servicio de los demás tal como Él la entregó, y regocijados en su gloriosa resurrección esperemos que en nosotros se cumpla aquello que dice: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. ¡Felices Pascuas de Resurrección!M

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