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Hace algunos años tuve la oportunidad de ver una película titulada en español “Alto impacto”; el filme hace un análisis detallado de las diversas comunidades raciales y culturales que conviven en Los Angeles y en él se reflejan las diversas idiosincrasias, valores, moral y en general la cultura que guía a los integrantes de estos grupos. Los estereotipos que cada una de ellos mira en los otros son en buena parte el hilo conductor de la temática. La película nos permite asomarnos a las diversas formas de manifestar o reprimir los sentimientos de cada comunidad y especialmente a la manera en que emocionalmente reaccionan una frente a otra.

De la misma forma que las diversas comunidades de la película, estamos educados a responder emocionalmente de acuerdo con diversos patrones culturales. Es muy interesante ver cómo un niño en una escuela primaria puede tirarle un borrador, gritarle o hacerle muecas a una niña que sorprendentemente no es la que le es más antipática sino, todo lo contrario, es aquella que más le gusta; de la misma forma algunos de nosotros hacemos la mayor cantidad de bromas y fastidios a aquel hermano al que más queremos.

Recuerdo que cuando mis hijos eran muy pequeños, al visitar a mis padres, mi papá observaba con amor y cariño a sus pequeños nietos; sin embargo, en muy raras ocasiones los abrazaba o los besaba, en su lugar los colmaba de dulces, postres, comidas y bebidas; lo que no podía manifestar emocionalmente lo compensaba por medio de la comida. Su formación y carga cultural eran lo único que le permitían, porque vivimos en un mundo en el que la manifestación clara y sincera de las emociones es un tema tabú, en muchas ocasiones mayor que el sexo. Un buen número de personas se encuentra dispuesta a compartir sus ideas y opiniones sobre la sexualidad, pero callan cuando se trata de manifestar abiertamente sus sentimientos.

Las máscaras que utilizamos para ocultar nuestros sentimientos vienen en una amplia variedad de estilos y modelos: consideración es la que tiene el novio cuando no besa a la novia delante de sus amigos para evitar que se sienta incómoda, discreción es la de la esposa que no le dice al esposo en público que lo ama porque eso se debe decir en la intimidad, profesionalismo es el de cualquier médico, maestro o psicólogo que considera altamente recomendable evitar cualquier liga emocional con las personas que trata; cobardes por lo menos son las tres actitudes anteriores que en aras de una racionalización del ser humano pretenden evadir o evitar la importancia de vivir plenamente la naturaleza sensible de todas las personas.

Navegamos en las aguas de una sociedad que, pretendiendo ser racional e inteligente, desvirtúa la naturaleza emocional del género humano, como si fuéramos exclusivamente cerebro o sólo eso fuera lo importante, y, atención, porque no estoy hablando de la vida emocional como sinónimo de la satisfacción de las pasiones, porque si bien la pasión de todo tipo es una emoción, nuestra vida emocional no se limita a las pasiones.

No se trata de salir a la calle a ventilar todas nuestras emociones, porque de la misma manera no salimos a la calle a relatar todo lo que racionalmente pensamos; se trata de saber comunicar con naturalidad, espontánea y adecuadamente, nuestros sentimientos y evitar negarlos. En el diálogo íntimo entre amigos, esposos, novios o familia, aclarar aquello que nos angustia o desagrada, recordando que un sentimiento guardado se descompone en nuestro interior, que un temor escondido se hace cada día más grande y que lo mejor para evitar desagradables sorpresas en el futuro es airear nuestros sentimientos en el momento y con la persona adecuada, para impedir que las malas sensaciones nos vayan a emponzoñar el alma en el futuro.

La negación de nuestra vida emocional nos deshumaniza y nos hace insensibles a las necesidades y sufrimientos de nuestros hermanos de viaje en el transcurso de esta vida; sin negar la importancia de nuestra vida y procesos racionales, es básico entender que, teniendo como impulso la emoción, el cariño de las madres sostiene a los hijos, los hermanos comparten su vida con amor, los esposos crean una comunidad de vida en amor y en general es a través de la emoción como un alma puede llegar a tocar las fibras más íntimas de otra. Es por eso que en ocasiones hay que dejar de pensar tanto y empezar a sentir más.

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