Por un nuevo camino

Todos los días podemos arrepentirnos del ayer, pero nada significará si no tomamos en nuestras manos el hoy.

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Francisca es una mujer de 85 años, nació en Jalisco en medio de una familia pobre, tan pobre que asegura haber visto cómo su hermana falleció de hambre; ante una situación tan grave, Francisca decidió abandonar el hogar e irse a la Ciudad de México con la esperanza de poder tener un empleo que le permitiera vivir y ayudar a su familia. En ese entonces no le resultó muy complicado emplearse en el servicio doméstico y comenzar a enviar algo de ayuda a su casa; a pesar de ello los ingresos eran bastante raquíticos y ella tenía la esperanza de poder encontrar un trabajo mejor en Estados Unidos, su vista se encontraba firmemente clavada en el norte.

Teniendo ya 16 años, una mujer mayor le dijo que en un poblado del norte de México, justo en la frontera con Texas, un restaurante estaba contratando meseras; sin querer dejar pasar la oportunidad de acercarse al sueño americano, Francisca hizo sus maletas y se dirigió al norte, arriesgando el todo por el todo, había dejado atrás su trabajo de servicio doméstico, no había más futuro ni otra posibilidad que prosperar en la frontera.

Al llegar a su destino se percató de que no había tal restaurante, sólo una veja casa donde le dieron una habitación y le pidieron que por la tarde bajara al salón principal lo más arreglada posible porque unos soldados norteamericanos llegarían a visitarlas; con plena conciencia de a qué lugar había llegado, Francisca con sólo 16 años se dio cuenta que estaba atrapada, no tenía ni un centavo y pensaba en su familia que dependía de los envíos de dinero que les hacía, así que por la tarde decidió bajar muy arreglada a recibir a los soldados.

Durante cuatro años vivió en esa casa, hasta que un soldado norteamericano se enamoró de ella y le pidió que se casaran y se fueran a vivir a Estados Unidos; era 1952 cuando Francisca, con 20 años a cuestas, llegaba a Nueva York, casada con un norteamericano y dispuesta a llevar su vida por un nuevo camino. Así se trazó una nueva vida como ama de casa, esposa, madre y ahora abuela, lo que quedó atrás quedó en el olvido, fácil o difícilmente había encaminado su vida por una nueva senda, una senda que ya no abandonaría por el resto de su vida.

Como Francisca, muchos de nosotros hemos transitado por etapas de una vida sumamente complicada, ingrata y frecuentemente dolorosa; en ocasiones esto puede ser resultado de las circunstancias, en otras ocasiones lo será de nuestra libre elección y posiblemente de nuestra falta de juicio o testarudez; al final lo importante siempre será el saber si tenemos la fortaleza de espíritu suficiente para cambiar la senda por donde venimos transitando, o si la inercia de nuestras acciones y decisiones anteriores es tan grande que no tendremos la voluntad para cambiar de dirección.

Innumerables seres humanos iniciaron sus días avanzando a tientas y dando palos de ciego para encontrar su camino, en demasiadas ocasiones con la visión turbia ya sea por nuestros malos juicios, las circunstancias extremas, o una moral relajada y empeñada en privilegiar nuestros deseos; el caso es que vamos dando tumbos sin encontrar un remanso de auténtica paz y de amor que reconforte nuestra existencia.

En nuestros muy diversos campos de acción, en la intimidad como padres, hijos, hermanos, esposos, o quizá en una vida más pública como el ejercicio de una profesión, ya sea como político, maestro, médico, empresario o decenas de actividades más, hemos tenido la oportunidad de vivir experiencias nada agradables, nada gratificantes; lo peor es cuando empecinados en practicar una moral exenta de los valores universales, nos dedicamos a medrar en todos los ambientes con el manifiesto interés de únicamente beneficiarnos a nosotros mismos, sea en el aspecto que sea.

Francisca no sólo tuvo la oportunidad, sino también la valentía de dirigir sus pasos hacia un nuevo derrotero; esa misma decisión, voluntad y entereza es lo que requerimos cada uno de nosotros para abandonar aquel camino que no solamente nos rebaja, sino que además adereza nuestros días con amargura, nos roba la paz del alma y nos hace cada día menos humanos.

Todos los días al levantarnos podemos arrepentirnos del ayer, más ese arrepentimiento nada significará si no tomamos en nuestras manos las horas de hoy para construir nuestra vida por un nuevo camino. Francisca lo comprendió a plenitud, ojalá todos lo entendamos de la misma manera y empecemos nuestro nuevo camino hoy.

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