Vivir o existir

Una gran cantidad de personas no ven que cada día su vida corre sin pausa hacia un futuro sobre el que no han reflexionado.

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Vivimos en un mundo con una dinámica casi pavorosa, parece que todo tiene que ser rápido, muy rápido, las comunicaciones tienen que ser prácticamente instantáneas para que nos sintamos satisfechos con ellas, los procesos para producción de alimentos aceleran el crecimiento de vegetales y animales permitiendo su consumo a la brevedad, los procesos de producción de electrodomésticos, los servicios médicos, los procesos educativos, todo parece acelerarse sin medida; incluso la moda, el cine y la música marchan a un ritmo cada vez más acelerado cambiando sus temas y expresiones día a día; terminamos en medio de una realidad en la que lo que hoy es, mañana ya no será.

Todos nosotros nos vemos envueltos en esta dinámica y tratamos de adaptarnos a ella de la mejor manera posible, pero vivir a un ritmo frenético y sin pausa nos impide en muchas ocasiones tener la posibilidad de hacer un alto y pensar, simplemente pensar en lo que estamos haciendo con nuestras vidas; apenas recordando el ayer, viviendo a toda prisa el hoy y lanzados hacia el futuro vamos pasando por los días, las semanas, meses y años, en muchas ocasiones sin percatarnos plenamente de lo que estamos viviendo, como si el simple hecho de que el tiempo transcurra fuera el motivo de nuestra existencia.

Nos levantamos por las mañanas, después de un baño, vestirnos y desayunar, nos lanzamos al ajetreo diario, ya sea en el trabajo o la escuela; después de un sinfín de actividades durante el día, acabamos las más de las veces tan cansados por la noche que apenas acertamos a meternos en la cama y a tratar de organizar nuestras actividades del día siguiente.

Lo verdaderamente preocupante no sólo es la frecuencia con que esto nos está ocurriendo, sino la gran cantidad de personas que, envueltas en esta dinámica, son ciegas a que cada día más su vida corre sin pausa y a toda velocidad hacia un futuro sobre el que no han reflexionado, dejándose más arrastrar por los acontecimientos de la vida, que tener un faro que los guíe hacia el puerto de su futuro.

En cada vez mayor número acabamos confundiendo el simple hecho de existir con el de vivir y sobre todo el vivir en plenitud; para desgracia nuestra si en algún momento de la vida es posible que tengamos tiempo para detenernos y pensar es en la ancianidad, sin embargo hay algunos que ni siquiera tienen ese privilegio y acaban consumiendo sus vidas sin percatarse de lo que han hecho con ellas; los que sí tienen la oportunidad de hacerlo pueden llegar a llevarse una muy desagradable sorpresa en los últimos años de sus vidas.

Ya sin prisas, sin la necesidad de vivir persiguiendo el mañana, podemos entonces reflexionar sobre esa loca carrera a través de los años de eso que llamamos vida. Con seguridad más de uno se llevará la desagradable sorpresa de haber pasado muchas décadas sin haber encontrado el sentido de su vida, sin haberse percatado cuál es la razón de su existencia, para qué está vivo en este mundo.

Porque verdades tan importantes y definitivas podrían parecer ser fácilmente alcanzables, pero la realidad es que requieren una amplia reflexión sobre nuestro propio ser, nuestras motivaciones, esperanzas y deseos; siendo una búsqueda tan íntima y particular, no es posible esperar que las respuestas se encuentren en cualquier tienda de la esquina, ni tan siquiera que otros nos proporcionen unas respuestas maquiladas por ellos, higiénicamente empacadas y listas para ser consumidas por nosotros sin esfuerzo alguno; en verdad nuestras respuestas las tendremos que arrancar con las uñas a cada uno de los momentos de nuestra vida.

Al final, como escribiera Viktor Frankl, el hombre en busca de sentido es aquel que encuentra la razón de su existencia, el que se puede explicar a sí mismo para qué vive, tarea a la que hay que dedicarle tiempo, corazón, esfuerzo y una profunda reflexión, porque la alternativa de no hacerlo es acabar casi como cualquier animal condenado a la existencia y arrojado a la vida, pero sin poder darle sentido a su vivir, simplemente consumiendo las horas que tenga hasta que la vida se le acabe.

Si nos dejamos seducir por la vorágine de lo urgente y marchamos por la vida bajo la dictadura del deseo de lo rápido e inmediato, probablemente nunca tengamos el tiempo para encontrarnos a nosotros mismos, saber quiénes somos y qué hacemos aquí, para poder así abrazar con regocijo nuestra vida.

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