La pérdida de la profundidad

Los seres humanos vamos vulgarizando nuestras relaciones con quienes nos rodean.

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Recién he terminado de leer una nota que pudiera parecer curiosa, pero que en realidad refleja una pérdida trágica de la profundidad de las relaciones humanas; resulta que en Japón puede usted alquilar una mascota por horas, incluso hay agencias especializadas en alquilar novias por horas y en años más recientes se ha disparado el servicio de alquiler de amigos; así, si alguien desea ir a cantar a un karaoke, no hay ningún problema: llama a una agencia y por la módica cantidad de nueve dólares la hora puede disponer de un amigo que le acompañará todo el tiempo que desee. El alquiler de amigos es la nueva tendencia en la sociedad nipona.

Ir acompañado de algún amigo al cine, a cenar o a ver un partido de beisbol no será ya más nunca un problema, pues por una cantidad realmente insignificante para la economía del Japón se puede disfrutar de la compañía de un amigo o incluso de varios, todo lo que su necesidad afectiva y su economía le permitan.

Ikeda tiene 46 años y desde hace dos se alquila como amigo; asegura que la paga es meramente simbólica y que no ve su actividad como un negocio, ya que con lo que cobra difícilmente podrá hacerse millonario algún día. De hecho él ha logrado también encontrar amigos, ya que algunos de sus antiguos clientes ahora son sus amigos e incluso sus socios, pues ha realizado algunos negocios con ellos. También es cierto que innumerables personas lo alquilan algunas veces y luego no se vuelven a ver.

Si una mujer mantiene relaciones sexuales con un hombre a cambio de dinero y no porque le guste o lo desee eso se llama prostitución, de la misma forma Ikeda prostituye la amistad y se prostituye el mismo. La profundidad de las relaciones humanas en una amistad se pierde a través de una cuota de nueve dólares la hora; este fenómeno no es privativo de la amistad. Los seres humanos vamos desenfadadamente vulgarizando nuestras relaciones con quienes nos rodean, hasta rayar en una superficialidad que espanta y que es la tumba de la profundidad real de las relaciones humanas, sentimientos que ahora podemos comprar empacados y que seleccionamos de acuerdo con lo que deseamos para el momento.

Así, trivializándolo todo, trivializamos nuestra vida; perdiendo la profundidad de la amistad, mañana perderemos la del amor y tal vez pasado pudiéramos perder la solidaridad, la honradez o el sentido de justicia. Si todo puede ser comprado a la medida de nuestros deseos y necesidades, probablemente acabemos comprándonos una realidad, una vida y un mundo que se encuentre ordenado a nuestra conveniencia y propósito.

Se pierde la profundidad del amor cuando vemos cómo innumerables millones de seres humanos ahora lo confunden con la lujuria o en el mejor de los casos con la pasión; tal vez esa misma receta es la que tantos seres humanos han aplicado a la felicidad, a la que ahora grandes cantidades confunden con la diversión; pero en algún momento las luces de la fiesta se apagan, la música cesa, la comida se acaba y las botellas de alcohol se vacían; entonces el ser humano que se encontraba seguro de estar en un ambiente feliz se encuentra de pronto con que no lo era así, puede ser que quien sea feliz se divierta, pero eso no significa que la felicidad se vaya a alcanzar a través de la vía de la diversión.

Esta pérdida de la profundidad es la que conduce a ingentes masas a la castración del espíritu humano, convirtiendo al hombre en alguien que nace, estudia, crece, trabaja, compra cosas, se esfuerza por pagarlas, se endeuda, acumula todo lo que puede y en ello se le va la vida; limitar la existencia humana a un nace, crece, se reproduce (si es que lo logra) y muere, no sólo nos reduce a la misma condición que un animal, sino que nos acaba cosificando y por ello atentando contra la esencia de lo humano.

El mundo necesita de hombres y mujeres rebeldes ante la alienación humana, que se nieguen a marchar como corderos al degolladero de una vida más trazada por los intereses de una sociedad de consumo que por los legítimos intereses de los seres humanos. Este planeta necesita de apasionados y rebeldes que se nieguen a esbozar una sonrisa cínica ante la comercialización de la amistad, que no adopten los dictados de un mercantilismo, que considera que con unos cuantos dólares por hora podemos llegar a tener un pálido sustituto de la amistad, ya que somos incapaces de generarla en nuestras vidas.

La batalla por vivir dignamente nuestra humanidad es nuestra, si la queremos.

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