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Todo ser humano reconoce la importancia del amor en su vida, es básico y fundamental para sentirnos seres plenos y verdaderamente humanos, es parte de nuestra existencia tanto el amor a nosotros mismos que acepta a nuestro propio yo, como el amor a los demás, amor que engendra una vida positiva en la relación con quienes nos rodean; todos de una u otra manera vamos en busca de ese amor, siempre esperamos encontrarlo en cada uno de nuestros días, vivimos en contacto con él, así lo encontramos. A veces lo extraviamos, desgraciadamente a veces también lo rechazamos, lastimamos y asesinamos, y algunas ocasiones otros pierden nuestro amor.

Y es que el amor no es un estado sino un proceso, no por llegar a él lo tenemos ya garantizado para siempre, sino más bien lo vamos construyendo día a día, como ladrillo a ladrillo se construye un hogar; lo cultivamos a diario como quien planta y cultiva una flor hermosa, lo regamos, abonamos, lo protegemos de las plagas, cuando es necesario lo podamos para asegurarnos que siempre se encuentre espléndido, sus flores embellezcan nuestros días, eleven nuestro espíritu y engrandezcan todo lo que somos.

En nuestra vida podemos perder el amor, extraviarlo de tal manera que creamos que ya nunca podrá regresar a nosotros. Desconfiados y recelosos después de un matrimonio juvenil, inseguro e inmaduro, bendecido con varios hijos, pero herido y traicionado por la infidelidad, la incomprensión, el alcoholismo, el egoísmo de quien se ama y se niega a amarnos nos hace arder el alma por la sal del día a día en las heridas del desinterés y el abandono; nos convencemos de que el amor probablemente no está hecho para nosotros y que nuestra vida seguramente transcurrirá ya sin él.

Sentimos morir el amor, en la familia numerosa, adornada con un padre dominante, infiel y violento, con una madre que descarga en uno de los hijos la responsabilidad de ser el padre de sus hermanos ya que su pareja no se atreve a serlo, marcados por los días infinitos sin una palabra de cariño de un padre ausente, agobiados por el dolor del rencor entre los hermanos, el sufrimiento de una madre desprovista de voluntad y que humillada justifica a morir al humillador. El amor parece así ser una idea maravillosa que debe existir en algún cuento de hadas pero que no tiene cabida en nuestros días.

Creemos encontrarlo en una relación de noviazgo de muchos años, en la que, esperanzados, deseamos encontrar lo que tanto hemos buscado y se nos ha negado: un ser humano que no nos necesite para nada pero nos quiera para todo, un alma con quien compartir las esperanzas y los sueños, un compañero para cada uno de nuestros días. Este intento de amor puede acabar sofocado por la frialdad, el desinterés, el maldito placer de sólo pensar en sí mismo, transformando el amor en una caricatura, sometido a la voluntad de uno solo. El retoño del amor puede morir bajo la bota del despiadadamente dominante, del abrumadoramente controlador, del infiel y además celoso.

Nos convencemos de haber encontrado el amor en un matrimonio porque ha durado muchos años, pero podemos haberlo asesinado hace mucho por un insano deseo de riquezas, acumulando cada vez más y a costa de lo que sea; podemos haberlo ahogado en un mar de violencia y manipulación, volviéndonos controladores, complaciéndonos en denigrar a la pareja; rebajarlo ante los hijos, insultarlo en la intimidad, porque probablemente el otro no es lo que yo deseo, no logra lo que demando. Negando su derecho a ser distinto a mis deseos y voluntad acabamos enterrando un amor ya putrefacto.

Y el amor es tan persistente que sobrevive a eso y a millones de cosas más; el amor siempre encontrará el camino, la manera de sobrevivir, llegará siempre a nuestras vidas como ladrón en la noche, cuando menos lo esperes, este amor encontrará su motivo de amar aunque esté a miles de kilómetros de distancia, sobrevivirá a los intentos frustrados de encontrarse siempre y cuando seamos valientes y vayamos por él, porque el amor no es para lo débiles y temerosos, será siempre el premio de quien arriesgue el pellejo en el intento y esté dispuesto a dar su vida por él.

Retornar al amor es nuestro destino si estamos dispuestos a correr el riesgo de amar de nuevo, si decidimos tomarnos de la mano y transitar por esta vida con fe y esperanza hasta el final de nuestros días y poder por fin ver cara a cara al Amor eterno.

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