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La columna Viernes Cultural y El Transcriptor están en la hora de la cura de reposo, en una hamaca de seda, y comparten opiniones y anécdotas y cuentan otras cosas sin importancia, como diría el poeta León Felipe.

Leen Milenio Novedades y se detienen en la nota “Adelantan 30 segundos el Reloj del Juicio Final”. El también prócer de los viernes le re-sume (la nota, por supuesto), a su querida de los viernes también:
El Reloj del Juicio Final “es un símbolo dirigido por un grupo de científicos sobre los riesgos que afronta el mundo, se paró a dos minutos del desastre total”.

¡Pasumecha, me caigo al mar”, exclamaron ambos dos (como se dice), un poco más y nadie leería esta afamada, universal columna Viernes Cultural (estos adjetivos se antojan un poco engreídos y jactanciosos, no sé que opinará el lector).

El suceso se produce por “segundo año consecutivo, ambos después de que Trump fuera elegido presidente”.

Esto me recuerda a aquella vecinita que tuve hace ya muchos ayeres, dice de pronto el erotómano de su vida, y explica:
Yo la veía y la veía, de arriba a abajo, y de atrás y adelante, deteniéndome algunos minutos en ciertas partes de su esbelto cuerpo, ella no hacía caso y seguía rítmicamente su paso al molino por las tortillas.

Hasta que un día, más bien una tarde nublada y lluviosa, me hizo una seña y nos aparragamos en el muro de don Arcadio, enfrente del parque, y empezó el asunto amatorio.

Todo iba bien, muy bien, hasta que de pronto y a punto a dármelas, ella se detuvo sin explicación alguna y se fue a su casa.

Creo que desde entonces su futuro era ser una científica del reloj del juicio final, porque en ese momento, ya parado, detuvo mi relojito atómico.

De nada… Saludos…

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