Cómo construir superlativos

El idioma español, hijo del latín y el griego y pariente cercano y beneficiario de muchas otras lenguas...

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El idioma español, hijo del latín y el griego y pariente cercano y beneficiario de muchas otras lenguas, desde el sánscrito hasta el árabe, el catalán, el vasco, el francés, el italiano y el occitano –o langue d’oc- o lejano de otras como el inglés (ojalá se conserve esa sana lejanía que no es lo mismo que desdeñosa cerrazón), el maya, el taíno, el hebreo y hasta del caló como el argentino lunfardo, tiene mil años de antigüedad y durante estos diez siglos ha ido creciendo, desarrollándose, complejizándose hasta alcanzar el poderío estructural y la belleza que hoy día tiene, y su presencia en el mundo como la segunda más extendida (es oficial o cooficial en al menos 22 países, el inglés lo es en 57, aunque la mayoría son pequeñas islas o territorios, protectorados o vestigios coloniales) y la segunda más hablada detrás del chino mandarín (cerca de 900 millones de usuarios nativos): 560 millones de humanos se expresan en el habla de Castilla, según el Instituto Cervantes.

¿Y a qué viene este farragoso exordio?, se preguntarán los lectores. Antes de contestar les advierto (o amenazo con) que regresaré en futuras entregas sobre este tema. Recientemente, en este mismo espacio, utilicé un adjetivo (pulcro) que crea dificultades cuando de emplear el superlativo se trata a quienes no conocen la etimología (el origen, el gen) de las palabras ni se han tomado la molestia de mirar aunque sea de soslayo y por encima la Gramática de la Lengua Española.

Me voy a permitir (con la venia de ustedes) otra digresión: los superlativos, que son adjetivos que se usan para magnificar una expresión calificativa, se construyen en español de tres formas: agregándole el adverbio de cantidad muy (muy bueno) o las terminaciones o sufijos ísimo (buenísimo) y en algunos casos érrimo (pulquérrimo).

Cuando los adjetivos terminan en ble, el superlativo se hace con bilísimo (amable, amabilísimo, no amablísimo) y si lo hacen con ca o co, se deben cambiar por qu: poco, poquísimo; rica, riquísima. En algunos casos, se puede usar la raíz latina del adjetivo para hace el superlativo o usar la norma general: fuerte, fortísimo (fors, fortis: fuerza) o fuertísimo; de antiguo, sin  embargo, no es antigüísimo, sino antiquísimo, del latín antiquus, antiqui.

En los demás casos solo se agrega muy o ísimo y problema resuelto. O casi, porque en los derivados de palabras latinas como pulcher, pulchris (bello, hermoso, limpio y puro) o acer, acris (amargo, áspero al gusto, agrio), el superlativo es pulquérrimo, no pulcrísimo, y acérrimo, cuando es superlativo de acre, palabra de la que se deriva también acrimonia, con la que se califica a la persona mordaz, áspera o malhumorada  (nada que ver con amigos de este chef).

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